Soy Mérope, la hija de Atlas y Pléione. Una de las siete hermanas, las Pléyades, perseguidas por Orión a través de los cielos. Mi historia, sin embargo, es diferente a la de mis queridas hermanas. Ellas brillan con una luz inigualable en el firmamento, pero yo… yo estoy perdida. Perdida no solo en la inmensidad del cielo, sino en el silencio de mi propia soledad. Ellas no saben dónde estoy, y yo no sé cómo volver a ellas.
Recuerdo los días antes de nuestra transformación, cuando todas vivíamos en armonía. Nos divertíamos, corríamos libres por las praderas y bailábamos bajo la luz de las estrellas. Éramos inseparables, nos conocíamos profundamente y nada parecía que pudiera separarnos. Pero entonces vino Orión, el cazador incansable. Nunca dejó de seguirnos, de intentar poseernos, y el miedo se apoderó de nosotras.
Zeus, en su compasión, decidió salvarnos, colocándonos en el cielo, donde podríamos estar fuera del alcance de Orión. Pero a medida que nuestras almas se alzaban hacia las estrellas, algo dentro de mí comenzó a cambiar. Sentí que algo en mi luz se desvanecía. Mientras mis hermanas brillaban con todo su esplendor, yo comencé a apartarme de ellas.
No supe lo que sucedía hasta que ya fue demasiado tarde. Mi luz, que una vez fue tan brillante como la suya, comenzó a menguar. Yo, la hermana que se casó con un mortal, Sísifo, el hombre condenado por su astucia, había caído en el olvido, separada de lo divino. Me avergoncé, y esa vergüenza consumió mi luz. ¿Cómo podía, yo, Mérope, que había decidido caminar junto a un hombre de carne y hueso, seguir brillando como las demás? Me alejé, escondí mi rostro de ellas, como si el cielo mismo pudiera castigarme por mi decisión.
La oscuridad a mi alrededor se hizo cada vez más profunda. No sabía que mis hermanas me buscaban. No podía oírlas llamarme, ni sentir su luz reconfortante. Estaba sola, perdida en un firmamento infinito. Podía verlas brillar desde lejos, pero sus luces, cada vez más, parecían inaccesibles para mí.
Me pregunto si alguna vez pensaron que las abandoné. Tal vez crean que las traicioné, que elegí desaparecer, pero la verdad es mucho más dolorosa. No elegí perderme. No quería apartarme de ellas. Era como si la misma esencia de mi ser estuviera siendo tragada por el vacío.
Sísifo, mi esposo, era diferente a los dioses que cortejaron a mis hermanas. No era inmortal, no era perfecto, y su vida estuvo marcada por el dolor y el castigo. Pero lo amé, a pesar de que nuestra unión me costara la luz que compartía con mis hermanas. En algún rincón de mi corazón, siempre supe que este amor me apartaría de ellas. Pero incluso ahora, mientras floto sola en la oscuridad, no me arrepiento. Amé con toda mi alma, y por ese amor, fui castigada.
Zeus, en su justicia, nos dio una forma de escapar de Orión, pero no pudo protegerme de mí misma. Mi luz menguó porque elegí un camino diferente. Mientras mis hermanas siguen brillando en el cielo, buscándome quizás, yo me pierdo en las sombras. Las estrellas, que una vez fueron nuestro refugio, se han convertido en mi prisión.
A veces, pienso que puedo ver la luz de mis hermanas desde lejos, y por un momento, deseo volver a ellas. Pero luego recuerdo lo que soy, quién soy, y la vergüenza me envuelve de nuevo. No sé si podré reunirme con ellas. Tal vez esté destinada a vagar por la eternidad, una estrella caída, buscando una luz que ya no me pertenece.
Es en estos momentos de soledad que reflexiono sobre mi lugar en el universo. La decisión que tomé, aunque dolorosa, me dio algo que mis hermanas nunca conocieron. El amor de un mortal, la fragilidad de la vida humana. Y, aunque ahora mi estrella esté apagada, siento que hay un propósito en mi oscuridad. No todas las luces están destinadas a brillar con igual intensidad. Algunas, como yo, son fragmentos de una historia mayor, lecciones que deben ser aprendidas.
Sé que mi desaparición ha dejado un vacío, no solo en el cielo, sino también en el corazón de mis hermanas. Pero la pérdida de mi luz no es el fin. Mi historia, la historia de una estrella caída, es un recordatorio de que incluso en la oscuridad más profunda, hay valor en la elección. Aunque mis hermanas brillen con la gloria de los dioses, yo he conocido el calor del amor humano. He sentido el latir de un corazón mortal, y por eso, mi pérdida no es en vano.
Al final, tal vez no sea necesario que todas las luces brillen en el cielo. Algunas de nosotras, las que caemos, dejamos una huella más profunda en las historias que contamos. Y aunque ya no esté entre ellas, mi historia seguirá viva, contada en las estrellas, en el susurro de la noche. Yo soy Mérope, la hermana perdida, y mi luz, aunque tenue, aún tiene un propósito en este vasto firmamento.
En la pintura *La estrella perdida*, William-Adolphe Bouguereau retrata una figura femenina que parece sumergida en una reflexión melancólica. Esta obra, cargada de simbolismo, presenta a una mujer solitaria, envuelta en un ambiente sereno y celestial, que evoca el sentido de pérdida y soledad de la hermana ausente de las Pléyades. La técnica detallada y la delicadeza de la figura reflejan la maestría de Bouguereau en captar la belleza y la tristeza en un solo gesto. Con su característico estilo académico, el artista nos invita a contemplar no solo la perfección física de la figura, sino también su estado emocional, atrapada entre la luz y la sombra, como si buscara un lugar al que pertenecer en el vasto universo.
Vista de las Pléyades en el cielo nocturno. | Crédito: Anders Drange / Unsplash
Las Pléyades y Orión: El Mito en el Cielo
Astronómicamente, las Pléyades son un cúmulo de estrellas visibles en el cielo nocturno, conocido también como "Las Siete Hermanas". Este grupo estelar se encuentra en la constelación de Tauro y es uno de los más cercanos a la Tierra. La leyenda de las Pléyades no solo tiene un lugar en la mitología, sino también en el firmamento. Cerca de ellas se encuentra Orión, la constelación que representa al cazador que las persigue, tal como lo hizo en la mitología. La conexión entre las Pléyades y Orión es tan antigua como fascinante, un vínculo perpetuado en el cielo por la alineación de las estrellas.
De manera intrigante, los astrónomos señalan que Mérope, una de las estrellas de este cúmulo, brilla con menos intensidad que sus hermanas, lo que algunos asocian con la vergüenza de su mito. Así, las estrellas se convierten en narradoras silenciosas de una historia ancestral, un mito que sigue cautivando tanto en la tierra como en el cielo.
LA OBRA
La estrella perdida
William-Adolphe Bouguereau
(1884)
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