En el corazón de una vasta y antigua selva, se encontraba el místico Lago Esmeralda. Rodeado por colinas cubiertas de árboles frondosos y flores silvestres, el lago resplandecía con un verde iridiscente que encantaba a todos los que lo veían. Sin embargo, pocos conocían el secreto que se escondía bajo sus aguas cristalinas: el reino de las náyades, las ninfas del agua dulce.

Hace muchos siglos, cuando el mundo aún estaba en su infancia, los dioses y los mortales vivían en una paz frágil. Los dioses, en su infinita sabiduría y poder, crearon seres mágicos para proteger los rincones más preciosos de la Tierra. De esta manera nacieron las náyades, guardianas de las aguas dulces, cada una ligada espiritualmente a un cuerpo de agua específico.

El Lago Esmeralda fue bendecido con un grupo de náyades particularmente hermosas y sabias. Estas náyades, lideradas por la valiente y noble Ondina, mantenían el equilibrio natural del lago y sus alrededores. Ondina, conocida por su melena verde como las algas y sus ojos brillantes como esmeraldas, era respetada tanto por sus hermanas como por los seres del bosque.

Durante siglos, el Lago Esmeralda prosperó bajo la protección de las náyades. Los animales del bosque venían a beber de sus aguas sin temor, y las plantas crecían exuberantes, nutridas por la magia de las ninfas. Las náyades vivían en armonía, celebrando el ciclo de las estaciones con danzas y cánticos que resonaban en las profundidades del lago.

Cada primavera, cuando los cerezos florecían, las náyades organizaban un gran festival para agradecer a los dioses por la abundancia del agua y la belleza del lago. El festival era un espectáculo de luces y colores, donde las náyades tejían guirnaldas de flores y jugaban con los peces plateados que habitaban el lago.

Sin embargo, la paz del Lago Esmeralda no estaba destinada a durar para siempre. En las sombras de la selva, un mal antiguo acechaba. El demonio Ahriman, una entidad oscura que se alimentaba de la desesperación y el caos, había despertado de su letargo. Ahriman, sediento de poder, puso sus ojos en el Lago Esmeralda, sabiendo que corromper su pureza le otorgaría un control inmenso sobre la naturaleza.

Una noche sin luna, Ahriman envió sus secuaces, las serpientes de sombra, para envenenar las aguas del lago. Estas criaturas insidiosas, formadas por la oscuridad misma, comenzaron a infiltrarse en el lago, extendiendo su veneno en silencio. Los animales que bebían del lago comenzaron a enfermar, y las plantas perdieron su vitalidad, marchitándose en cuestión de días.

Ondina, al percibir la perturbación en las aguas, convocó a todas las náyades a una reunión urgente. Debemos unirnos, les dijo, y luchar contra esta amenaza antes de que destruya todo lo que amamos. Las náyades, aunque temerosas, confiaban plenamente en la sabiduría y el coraje de Ondina. Juntas, comenzaron a idear un plan para expulsar la oscuridad del lago.

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Para combatir el veneno de las serpientes de sombra, las náyades decidieron realizar un conjuro de purificación. Este ritual, transmitido a través de generaciones de náyades, requería una combinación de elementos sagrados: la luz de la luna llena, las lágrimas de un unicornio y el canto de las aves del amanecer.

Ondina se embarcó en una peligrosa misión para recolectar estos ingredientes. Primero, viajó al claro del bosque donde habitaban los unicornios, criaturas puras y nobles que rara vez se dejaban ver por los mortales. Al encontrar a uno de estos majestuosos seres, Ondina le explicó la situación desesperada del lago.

El unicornio, conmovido por la valentía y sinceridad de Ondina, derramó una lágrima cristalina que ella recogió con cuidado. A continuación, Ondina escaló la colina más alta para recolectar el canto de las aves del amanecer, capturando la melodía en un frasco encantado.

Finalmente, llegó el momento de invocar la luz de la luna llena. Las náyades esperaron pacientemente a que el cielo se despejara y la luna llena iluminara el lago. En ese instante, se reunieron en círculo, recitando antiguos cánticos que resonaban con la energía de la tierra y el agua.

Con todos los elementos en su poder, Ondina y las náyades comenzaron el ritual de purificación. Sin embargo, Ahriman, al darse cuenta de sus planes, decidió atacar directamente. Emergió de las sombras, una figura imponente y aterradora, dispuesto a destruir a las náyades y reclamar el lago.

La batalla que siguió fue feroz. Ondina, empuñando un cetro hecho de coral y cristal, se enfrentó a Ahriman con todas sus fuerzas. Las náyades, utilizando su magia y habilidades, lucharon contra las serpientes de sombra que intentaban interrumpir el ritual.

El agua del lago se agitó violentamente, iluminada por destellos de luz y oscuridad. Ondina, canalizando la energía de los elementos sagrados, lanzó un poderoso rayo de luz hacia Ahriman. La luz, pura y brillante, atravesó la oscuridad del demonio, hiriéndolo gravemente.

Con un último esfuerzo, Ondina recitó el conjuro final. Las aguas del lago comenzaron a brillar con una luz esmeralda, purificándose del veneno. Ahriman, debilitado y derrotado, se desvaneció en la oscuridad, jurando vengarse algún día.

Con la derrota de Ahriman, el Lago Esmeralda recuperó su antigua gloria. Los animales volvieron a beber de sus aguas sin temor, y las plantas florecieron más hermosas que nunca. Las náyades, aunque exhaustas, se llenaron de alegría y gratitud.

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Ondina, considerada una heroína, fue honrada con una gran celebración. Las náyades y los habitantes del bosque se reunieron para festejar su victoria, agradeciendo a los dioses por su protección y guía.

El tiempo pasó, pero la leyenda de Ondina y las náyades del Lago Esmeralda perduró. Los ancianos contaban la historia a las nuevas generaciones, recordándoles la importancia de proteger y respetar la naturaleza.

Ondina continuó liderando a las náyades con sabiduría y justicia, asegurándose de que el lago permaneciera puro y seguro para todos sus habitantes. Bajo su guía, el Lago Esmeralda se convirtió en un símbolo de esperanza y renacimiento.

La leyenda de las náyades del Lago Esmeralda no solo es un relato de magia y aventura, sino también una enseñanza sobre el equilibrio y la armonía con la naturaleza. Nos recuerda que, aunque enfrentemos desafíos y oscuridad, la unión y la valentía pueden superar cualquier obstáculo.

Así, cada primavera, cuando los cerezos florecen y el lago brilla con su verde iridiscente, las náyades celebran su festival, agradeciendo por la vida y la belleza que las rodea. Y aquellos que escuchan sus cánticos en las noches de luna llena, saben que están en presencia de algo verdaderamente sagrado y eterno.

La escultura "Náyade" de Antonio Canova es una obra maestra del neoclasicismo, creada alrededor de 1819-1820. Representa una náyade, una ninfa de las aguas dulces de la mitología griega, en una pose reclinada, exudando serenidad y gracia. La figura femenina está esculpida con delicadeza y detalle, resaltando la habilidad de Canova para capturar la suavidad de la piel y la elegancia del cuerpo humano en mármol. Náyade es un testimonio del talento de Canova para combinar la belleza clásica con una representación naturalista, convirtiendo el mármol en una encarnación de la perfección idealizada.

LA OBRA:

Náyade
Antonio Canova
Museo Metropolitano de Arte
Nueva York