¿Cómo es posible que una historia infantil, pueda ser tergiversada de tal forma, que se desconozca su oscuro origen de adulterio, bigamia, asesinato, violación y canibalismo?. Una vieja malvada que se suicida arrojándose a un caldero de agua hirviente, lleno de sapos y culebras, ¿contarías acaso esta historia a tus hijos antes de que vayan a dormir? probablemente no…

Entonces, ¿cómo ha podido triunfar entre los niños, una historia que supera las carnicerías imaginadas por el propio George RR Martin? ¿Cómo es posible que ésta historia haya sido reproducida miles y miles de veces?
La razón es que Walt Disney tuvo la "virtud" comercial de transformar una descarnada pesadilla, en un dulce cuento de hadas.
La verdadera historia es bien siniestra.

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En un primer momento, fue el prolífico poeta y escritor Basile de Nápoles quien recogió las tradiciones orales de Creta y Venecia, y las convirtió en las narraciones de la Bella Durmiente, Rapunzel, Cenicienta y otra serie de conocidos cuentos de hadas que perduran hasta nuestros días.
Aunque Basile fue uno de los primeros en registrar varios cuentos populares e historias de moralidad y fantasía, fue el francés Charles Perrault quien en realidad es considerado el padre de los cuentos de hadas por su trabajo de 1697. Fue entonces cuando Perrault publicó “Los cuentos de mamá ganso”. Muchas de las historias de esta colección continúan narrándose de la misma forma en que Perrault decidió transformarlas para un público adulto.
La literatura infantil no sería popular hasta finales del siglo XVII. En aquella época, Perrault creaba historias para la aristocracia francesa para promover la creencia de superioridad que poseía la nobleza gobernante y la iglesia católica romana de la nación. Siempre consciente de su audiencia, Perrault eliminó muchos de los aspectos más aterradores del relato de Basile sobre “La Bella Durmiente”.
En la edición de Basile, el cuento toma el título de “Sol, Luna y Talía”. En él, cuando nace la hija del rey: Talía, los sabios predicen su futuro y avisan del gran peligro que corría la pequeña si se clavaba una astilla de lino. El rey, por supuesto, ordena que nada de lino o cáñamo entre nunca en el castillo. Sin embargo, Talía crece, se encuentra a una vieja con una rueca y, bueno, ya conocemos la historia, Talía se clava una astilla en un dedo y cae aparentemente muerta. El rey, fuera de sí por el dolor, encierra a su hija en un castillo que abandona para siempre.
Pues bien, a partir de aquí, si creciste con la historia de Walt Disney, puede que te pierdas un poco. Según cuenta Basile, un rey aparece después de cien años y encuentra a la princesa. Naturalmente, cae rendido por su belleza, pero en lugar de un beso de amor verdadero que rompa el hechizo, bueno… elige violarla y dejarla en su particular tumba.
Tras el encuentro, Talía queda embarazada y sola, hasta que da a luz a dos pequeños llamados Sol y Luna. Los recién nacidos tratan de mamar del pecho de su madre, uno lo consigue, pero el otro no puede y se ve obligado a chupar el dedo de Talía, eliminando con esta acción la astilla del dedo y haciendo que ésta vuelva de su sueño eterno.
Aunque el rey se alegra al conocer que tiene dos nuevos hijos, la esposa del rey arde de furia y planea el asesinato de los pequeños convenciendo al cocinero de la corte para que los mate, los cocine y se los sirva al rey sin saberlo.
Afortunadamente, el cocinero de buen corazón salva la vida de los pequeños y cocina en su lugar carne de cabra. Tras conocer el engaño, la esposa decide preparar un caldero hirviente lleno de serpientes venenosas, donde tiraría a los niños junto a su padre en un acto de delirio. El rey aparece y fuerza a su esposa a que se tire al caldero, que ella misma había preparado provocando así su muerte.
Aunque el relato de Basile no es el que compartimos actualmente, tampoco lo es la versión de Perrault a pesar de que eliminaba los aspectos más violentos y grotescos de la historia.

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Entonces, ¿cómo Perrault modificó su versión de la historia?
Cualquier narración, gana mucho si se le añade una bruja malvada que realiza maldiciones, algunas hadas simpáticas y vivarachas que ayudan a nuestra protagonista, y un valiente príncipe que despierta a la princesa durmiente, con un beso de amor verdadero.
Así fue como Perrault tomó la violenta versión de Basile de la historia y la transformó para su público, Jacob y Wilhelm Grimm harían más de lo mismo a principios de 1800 cuando recopilaron cuentos populares de toda Europa.
Para “La Bella Durmiente”, los hermanos se apoyaron en gran medida en la versión light de Perrault. Un cambio importante en la historia instituida por los hermanos Grimm fue que, por primera vez, el príncipe y la princesa se reúnen al final de la historia como conocemos hoy en día.
Esta sería la versión de la historia que utilizaría luego Walt Disney para realizar su película animada. En ella, se adaptó la trama para que pudiese ser atractiva para el público actual y se introdujo la línea de “chico conoce chica” entre Aurora y el príncipe Phillip. Y el sueño eterno se redujo de un siglo a sólo una noche.
Claro sigue habiendo un villano, por supuesto. Pero Maléfica, apenas es una vieja malvada retratada como una hechicera. La escena final de la batalla, entre el príncipe Phillip y el dragón añade un poco de tensión y emoción, pero nada comparado al miedo que producía el rey violador o la reina psicópata de la historia de Basile.
Ya hemos publicado otras obras de John Maler Collier un gran escritor y pintor británico de estilo prerrafaelita y uno de los retratistas más destacados de su generación. En esta pintura inmortaliza su versión de la bella durmiente.
Mientras Augusta y Flavia lloran la desgracia de la Princesa, el silencio se siente en todo el castillo. Hubieran jurado que el alma en pena que caminaba por los aposentos de los reyes, se había parado a descansar.
La hermanastra de la Princesa dormita a sus pies mientras Flavia, su dama favorita, descansa los ojos. Cuando eran niñas, no era extraño que las dos mayores ignorasen a la hijastra del Rey, pero al crecer las cosas han cambiado.
Nadie habría supuesto nunca que Augusta ansiaba tanto ver a su hermana destruida, que había sido quien pidió el maleficio para acabar con ella. Pero fue engañada, como en los cuentos de las amas a los niños pequeños.
Aurora la llamaban unos, Aledana otros, Belistea quienes la conocían, pero nadie conocía de verdad la identidad de su hermanastra. Sus miedos, sus maldades. Ahora, en cambio, el pueblo clamaba en llantos por la Princesa, que dormiría eternamente. Ahora Augusta, nunca sería la querida y única hija del Rey. Ahora no sería más que una presencia que contaría las horas para su muerte.
Esa mañana, Flavia había vestido un traje de terciopelo rojo con ribetes e hilo dorados. Tan brillante, que sus hombros relucían ante el sol de una mañana pálida. Habrían hecho que los hombres de todo el reino suspirasen por su cabello anaranjado. Las mangas ajustadas con cintas de oro puro que se arremolinaban gustosas sobre la manga abullonada de la hija de los Duques de Alberoz eran atrevidas, demasiado para una dama de la Princesa. Tuvo, pues, la decencia de recoger su cabello con tiras de papel dorado, simulando dos colas de sirena a los lados de su cuello. La mujer más hermosa de todo el reino era poco más que una niña, algo que suele pasar.
Así pues, Augusta hubo de vestirse con un traje igualmente especial. No conocía el motivo de tanta floritura en el cuerpo de la amiga de su hermanastra, por lo que buscaría a ciegas. Supo entonces que se trataba del cumpleaños de la propia Princesa. Casi se sintió culpable por quitarle a su hermana el privilegio de ser la protagonista de su baile. El Rey quería casarla y la edad comenzaba a ser un impedimento. Así que prometieron realizar un concurso de novios para el día en que Belistea cumpliera los dieciséis años.
El Rey había hecho traer una tela especialmente creada para su hija. Una mezcla de seda y terciopelo que brillaba incluso sin velas en la estancia. En el castillo se rumoreaba que era la misma rueca que se había usado con la tela la que había hechizado a la Princesa. Belistea sabía que llevarlo había sido un error, pero retirarlo de su frágil cuerpo llamaría demasiado la atención.
El color era exactamente el de los ojos azules de la Reina, compartidos en color entre Augusta y Belistea. La primera se había llevado el terciopelo pero la Princesa heredera tenía la seda en ellos. Bien podría haber sido la pieza de ropa contraria a la de Flavia. Donde en el vestido de la dama había una zona ajustada, en el que portaba Augusta era amplia. La tela era hermosa pero simple y la convertía en perfecta al contacto con el oro, mientras que el traje azul era al contrario: un corte sencillo para que la materia prima brillase por sí sola. Las mangas, como había de ser por su posición, eran anchas y caían con la gracia de una enorme gota de lluvia por las caderas y piernas de la primera hija de la mujer del Rey.
Una trenza simple, que junto con las cintas de oro casi se veía apagada en el cabello de Augusta caía por su espalda. El único adorno que se había permitido era un cinturón en forma de cuerda trenzada de raso azul que caía sobre sus caderas. La diferencia de tamaño de Augusta para con Belistea no parecía apreciarse en el traje, que conseguía sentar como un guante a ambas.

Se colocó, la hermanastra de la Princesa, a los pies de su cama. Flavia no la había visto entrar, dormitaba sentada a la cabecera. Se fijó entonces Augusta en el hermoso traje que portaba la bella durmiente sobre su lecho.
Blanco, con dibujos en terciopelo dorado y sobre la tela blanca. Pero lo que le sorprendió fue que las flores parecían naturales cosidas sobre la tela en el momento de ser puesto el vestido. La cinta que cruzaba su frente, del tono dorado que adornaba el vestido y del mismo que eran sus cabellos, se resbalaba con la gracia de un ángel sobre el rostro.
Belistea dormía, como lo hace una Princesa. Era tan hermosa que Augusta deseó ser ella, y cuando se acercó para besar su rostro inmaculado, puro, una lágrima se derramó por el cuello de su hermana. Rápidamente (pues de otra forma sería un comportamiento público inadecuado) limpió con la inmensa manga de su vestido el cuello de su hermana.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que el color volvía a su rostro. Su piel comenzaba a ser tan rosada como siempre e incluso abrió sus ojos. Cualquier hada madrina, habría sabido ver que era el beso de su amor verdadero, es decir, de su vestido favorito, lo que la había despertado de su maldición. Más Augusta nunca llegó a saberlo. Del propio miedo de ser descubierta tapó el rostro de su hermana con la manga hasta que dejó los suaves movimientos que su cuerpo hacía al intentar sobrevivirla
La flora, la fauna y la primavera habían jurado el día de su nacimiento protegerla, así que nunca se descompuso. Y el Reino lloró durante siglos a una princesa que llevaba muerta años. La Bella Durmiente la llamaban los súbditos. La Bella Muerte la llamaba, a escondidas, su hermana.

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Te dejamos un vídeo con la obra

LA OBRA

La bella durmiente
Autor: John Collier
1921
Óleo sobre lienzo.
111.7 x 142.2 cm.
Localización: Colección particular