Soy Nix, la diosa primordial de la noche, una entidad poderosa y antigua que existe desde los inicios del tiempo. Antes de que los dioses olímpicos gobernaran el cielo y la tierra, yo ya estaba aquí, envolviendo el mundo en mi manto oscuro. Mi historia es la historia de la noche misma, un relato de misterio, poder y la inquebrantable esencia de la oscuridad.

Nací del Caos, el abismo primigenio que dio origen a todas las cosas. El Caos era un vacío infinito y sin forma, donde la creación y la destrucción coexistían en un equilibrio eterno. De este Caos surgí yo, junto con otros seres primordiales como Eros, el amor; Gaia, la tierra; y Tártaro, el abismo profundo. Desde el principio, mi existencia estuvo ligada a la oscuridad y la serenidad de la noche.

Mis hermanos y yo éramos las fuerzas fundamentales del universo, y nuestra presencia era sentida en cada rincón del cosmos. Como diosa de la noche, envolvía el mundo en sombras y traía consigo la calma y el misterio que solo la noche puede ofrecer. Mis poderes eran vastos, y mi influencia se extendía por el cielo, la tierra y el inframundo.

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De mi unión con Erebo, el dios de la oscuridad, nacieron numerosas deidades y entidades que personifican diversos aspectos del universo. Éter: la luz celestial, que brilla durante el día. Hemera: el día, quien disipa mis sombras cada amanecer. Hypnos: el sueño, quien trae descanso a mortales y dioses. Tánatos: la muerte, cuyo toque es inevitable para todos los seres vivos. Moros: el destino, que determina el destino final de cada alma. Momo: la culpa y la burla, quien crítica a los dioses y mortales por igual y por último Némesis: la retribución, que asegura que la justicia prevalezca en el cosmos.

Mis hijos, al igual que yo, desempeñan roles cruciales en el equilibrio del universo. Cada uno tiene su dominio y sus deberes, y todos llevan una parte de mi esencia en ellos.

Aunque no residía en el Monte Olimpo, mi influencia se extendía hasta allí. Los dioses olímpicos, a pesar de su poder, no podían ignorar mi presencia. Zeus, el rey de los dioses, respetaba mi autoridad y nunca osó desafiarme directamente. Conocía el poder que yo poseía, y sabía que mi ira podía ser tan implacable como la más oscura de las noches.

Recuerdo una vez cuando Zeus, en su búsqueda de poder absoluto, intentó desafiar las fuerzas primordiales. Había oído hablar de mis poderes y temía que pudieran amenazar su dominio. Decidió entonces enfrentarse a mí, creyendo que podría dominar la noche como había hecho con tantos otros. Pero cuando descendió al abismo donde resido, se dio cuenta de la magnitud de su error.

La oscuridad que me rodea es impenetrable para los mortales y dioses por igual. No hay luz que pueda iluminar mi reino. Cuando Zeus trató de imponer su voluntad, lo envolví en una oscuridad tan profunda que perdió todo sentido de orientación y poder. No podía ver, oír ni sentir nada más que el vacío absoluto. Fue en ese momento que comprendió que la noche no es algo que pueda ser gobernado o controlado.

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"Zeus", le dije con una voz que resonaba en el vacío, "eres poderoso, pero hay fuerzas en este universo que están más allá de tu alcance. La noche es eterna y primordial. Respetarás mi dominio, así como yo respeto el tuyo".

Humillado y sabiendo que no podía vencerme, Zeus regresó al Olimpo. Desde entonces, ha mantenido una reverencia silenciosa hacia mi presencia. A pesar de su posición como rey de los dioses, siempre reconoció que hay entidades y poderes más allá de su control.

Mi relación con los mortales ha sido siempre una de misterio y asombro. Para ellos, la noche es un tiempo de descanso y renovación, pero también de temor y reverencia. En la oscuridad, los límites entre lo conocido y lo desconocido se desvanecen. Es en la noche cuando los sueños y las pesadillas toman forma, y las fronteras entre el mundo de los vivos y los muertos se vuelven tenues.

He observado a los humanos desde mi morada en el abismo. Los veo dormir bajo el manto de mis sombras, entrar en el reino de Hypnos y encontrarse con Tánatos en su momento final. He visto sus esperanzas y miedos, sus triunfos y fracasos. Aunque rara vez me manifiesto directamente ante ellos, mi presencia siempre se siente.

Hubo una vez un poeta mortal, un hombre cuyo nombre se ha perdido en la historia, que me dedicó sus versos. Escribió sobre la belleza de la noche, describiéndola como un velo de estrellas que cubre el mundo, como un manto de serenidad que calma el alma. Sus palabras llegaron a mis oídos y, conmovida por su devoción, le otorgué un breve vislumbre de mi verdadera forma.


Una noche, mientras escribía bajo la luz de una solitaria vela, hice que el fuego se apagara y la oscuridad llenara su habitación. Pero en lugar de temer, el poeta sintió una profunda paz. En la penumbra, percibió una figura de inigualable belleza, con ojos que reflejaban las profundidades del cosmos. No habló, pero supo que estaba en presencia de la diosa de la noche.

"Continúa escribiendo", le susurré en sus pensamientos. "Deja que tus palabras iluminen la oscuridad y encuentren su camino hacia los corazones de los hombres. La noche te protegerá y tus versos serán inmortales".

Desde entonces, sus poemas sobre la noche se han transmitido a través de generaciones, inspirando a otros a encontrar belleza y consuelo en la oscuridad. La noche, para muchos, dejó de ser un tiempo de miedo y se convirtió en un momento de reflexión y maravilla.

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Muchos piensan que la noche es simplemente la ausencia de luz, pero para mí, es mucho más. La noche es un tiempo de posibilidades infinitas, donde los secretos del universo se susurran en el viento y las estrellas revelan sus historias. Es un tiempo de introspección, donde las almas pueden encontrar respuestas a preguntas profundas, ocultas durante el ajetreo del día.

La noche es también el reino de los sueños, gobernado por mi hijo Hypnos. Los sueños son ventanas a mundos desconocidos, donde los mortales pueden explorar sus deseos y miedos más profundos. Cada sueño es un reflejo de la mente y el alma, y en ellos, los humanos pueden encontrar pistas sobre su verdadero propósito.

En mis viajes por el cosmos, he visto muchas maravillas ocultas por la luz del día. He contemplado nebulosas en flor, galaxias en colisión y los destellos de estrellas nacientes. Estas visiones, que comparto con aquellos que son sensibles a mis susurros, son recordatorios de la vastedad y la belleza del universo.

Mi legado es eterno, tan antiguo como el tiempo mismo. Aunque los dioses olímpicos son más conocidos en los mitos humanos, mi presencia siempre ha estado en el trasfondo, influyendo en el mundo de maneras sutiles pero poderosas. La noche, con su manto de estrellas y su serenidad profunda, es mi regalo a la creación.

Soy Nix, la diosa de la noche, y mi historia continúa a través de cada atardecer, en cada sombra que se alarga y en cada susurro del viento nocturno. Soy la guardiana de los secretos y los sueños, la fuerza primordial que equilibra la luz del día. Y mientras el universo siga existiendo, mi presencia será sentida, recordando a todos que en la oscuridad también hay belleza y poder.

En cada rincón del cosmos, en cada corazón que late bajo el manto de la noche, mi esencia perdura. Los mortales seguirán soñando, los dioses seguirán respetando, y la noche, mi reino eterno, continuará envolviendo al mundo en su misterioso abrazo.

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LA OBRA

La Noche
Artista: William-Adolphe Bouguereau
Fecha: 1883
Medio: Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 208.2 cm x 107.3 cm
Coleccion : Hillwood Estate, Museum & Gardens.