Eco era una ninfa del bosque, una oréade (ninfa de la montaña) que vivía feliz en el monte Helicón. Era un espíritu libre, muy alegre y juguetona, pero su talento más notable y aquello que más amaba era, sin duda, su voz. Su elocuencia era tal que, en el Olimpo, se convirtió en la principal distracción de la mismísima diosa Hera.
¿Y por qué necesitaba Hera ser entretenida? La respuesta, por supuesto, es Zeus. El marido del año, el rey de los dioses, era un flor de sinvergüenza. Mientras Eco, con sus bellísimas palabras, mantenía a la celosa Hera ocupada, Zeus aprovechaba el tiempo para usar todo tipo de disfraces y satisfacer sus más bajos instintos con otras ninfas y mortales por ahí. Eco no era malvada, simplemente amaba hablar y era la pieza clave en el esquema de engaño de Zeus.
La Ira Olímpica y el Castigo al Chismorreo
Eco era una criatura privilegiada. Fue criada por ninfas y educada por las Musas. De su boca salían las palabras más bellas jamás nombradas; incluso frases cotidianas se oían agradables y placenteras cuando ella las expresaba. Esto, naturalmente, molestaba a Hera por partida doble: no solo sentía celos de la belleza y simpatía de Eco, sino que sabía perfectamente que la ninfa era su 'carnada' para distraerla de las andanzas de Zeus.
Cuando la diosa descubrió el engaño, no dudó en buscar una pena ejemplar. Pero en lugar de castigar a Zeus (que para variar, era intocable), la ira recayó sobre Eco. Hera le quitó su preciado tesoro: su voz. Pero el castigo no fue el silencio total, sino una burla cruel. La maldición la obligaba a repetir la última palabra que decía la persona con la que mantuviera una conversación. Incapaz de tomar la iniciativa en una charla, y limitada solo a ser el reflejo de las palabras ajenas, Eco quedó completamente silenciada como individuo. Asustada y maldita, abandonó los bosques que solía habitar y se recluyó en una cueva cerca de un riachuelo.

Narciso: La Profecía y la Perfección Ignorada
Escondida del mundo y rota, Eco encontró en su soledad una nueva, y fatal, obsesión. Se enamoró perdidamente del agraciado pastor Narciso, hijo de la ninfa Liríope de Tespias y del dios-río Céfiso.
La historia de Narciso era singular. Al nacer, el adivino Tiresias (conocido por sus predicciones infalibles) advirtió a su madre con una profecía inquietante: el joven viviría una larga vida, pero solo si 'nunca llegaba a conocerse a sí mismo' o, más precisamente, si no veía su propia imagen reflejada. Advertida, su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que Narciso pudiera verse.
Así, Narciso creció ignorando la enorme belleza con la que había nacido. Esta ignorancia no lo hizo humilde, sino más bien introvertido y autosuficiente. Solía dar largas caminatas, sumergido en sus pensamientos, ajeno al deseo que despertaba en todos a su paso, fuesen ninfas o mortales.
El Encuentro y la Crueldad de la Soberbia
Eco ya le había echado el ojo hacía un tiempo y había quedado bien loquita con el muchacho. Narciso repetía siempre su paseo cerca de la cueva de Eco, y ella lo esperaba, observándolo de lejos y admirándolo con desesperación.
Un día, sin darse cuenta, la ninfa pisó una ramita seca y el ruido hizo que Narciso la descubriera. Sorprendido por la figura oculta, le preguntó qué hacía allí. Por la maldición de Hera, ella no pudo más que repetir las últimas palabras que él decía. Él continuó hablando y ella repitiendo: un diálogo frustrante e imposible, una tortura para alguien que necesitaba confesar su amor.
Finalmente, y con la ayuda de un grito de amor y quizás de los animales del bosque que compadecieron a la ninfa, Eco pudo confesarle su amor a Narciso. Esperanzada en ser correspondida, la pobre Eco solo recibió risas y burlas por parte del joven. Narciso, que no conocía la empatía y solo se valoraba a sí mismo, la rechazó de la manera más cruel. ¡Ya empezaba a desteñir el príncipe azul!

El Fin de la Voz y la Venganza de Némesis
Con el corazón roto, nuestra pobre Eco regresó a su cueva llorando, desconsolada. Allí permaneció sin moverse, consumida lentamente por el dolor y la vergüenza. El mito dice que su cuerpo se volvió tan frágil que se fusionó con la cueva y la roca, hasta que solo quedó su voz, flotando en el ambiente. Por eso, el fenómeno que conocemos como 'eco' no es más que el susurro melancólico de la ninfa, atrapada para siempre repitiendo lo que otros dicen.
Sin embargo, Narciso no salió impune de este acto de soberbia. La diosa Némesis, una de las diosas primordiales que repartía la justicia retributiva (es decir, el castigo ejemplar y merecido), había presenciado todo. Apiadándose del destino de Eco, Némesis aprovechó uno de los paseos de Narciso para darle una lección. Despertó en él una sed poderosa que, entre nosotros, parece ser que era lo único que se despertaba en el joven.
La Condena de la Imagen Propia
El joven, desesperado, recordó el riachuelo junto a la cueva de Eco. Al beber, vio su imagen reflejada en el agua. ¡Y Zas! Tal como había predicho Tiresias, su propia imagen causó su perdición. Quedó tan prendado y admirado de sí mismo que se enamoró de su propio reflejo.
Narciso intentó por todos los medios tocar, abrazar y reunirse con su amado reflejo, una figura que era él mismo, pero que era inalcanzable. Incapaz de separarse de su belleza, Narciso se consumió de desesperación, ya que su amor no podía ser correspondido. Finalmente, cayó al agua, ahogándose, buscando reunirse con su reflejo. En ese lugar, donde él murió, surgió una flor que lleva su nombre: el Narciso, que crece sobre las aguas, reflejándose en ellas para siempre en una pose de contemplación perpetua.
En el bosque, a veces, se escucha una suave y dulce voz que susurra: "Tonta... Tonta... Tonta...", repitiendo quizás las últimas palabras hirientes de Narciso, o lamentando su propia desdicha.

El Mito en la Historia del Arte
La tragedia de Eco y Narciso ha sido un tema recurrente y fascinante para los artistas, quienes han interpretado este drama de amor no correspondido y obsesión fatal de diversas maneras.
- 1. Eco (Talbot Hughes, 1900): Este artista de la Hermandad Prerrafaelita tardía eligió un retrato melancólico de Eco en su momento de abandono. La ninfa es representada sola, con la cabeza gacha, simbolizando el momento en que su ser comienza a desvanecerse en la roca, convirtiéndose en puro lamento. La ambientación suele ser sombría, enfocándose en el dolor solitario de la ninfa.
- 2. Echo and Narcissus (John William Waterhouse, 1903): Waterhouse, el gran maestro prerrafaelita, capta el momento cumbre del rechazo. Se ve a Eco, con una expresión de súplica y desesperación, acercándose a Narciso, quien se reclina con una indiferencia casi brutal, mirando hacia la distancia, ajeno a todo lo que no sea su propia perfección. La belleza del paisaje boscoso contrasta con el drama emocional.
- 3. Echo and Narcissus (Nicolas Poussin, 1630): El gran maestro barroco francés aborda el mito con una solemnidad clásica. Poussin suele representar la escena después de la muerte de Narciso. Vemos el cuerpo inerte del joven recostado junto al agua, mientras que la transformación en la flor de Narciso ya ha comenzado. Eco, representada como una figura melancólica, observa el cuerpo sin poder hablar. Poussin utiliza el paisaje y las figuras de una manera equilibrada, priorizando la narrativa moral sobre el drama emocional.
- 4. Eco (Alexandre Cabanel, 1874): Cabanel, representante del academicismo francés, tiende a idealizar y sensualizar a sus figuras mitológicas. Su representación de Eco la muestra generalmente languideciendo en un estado de abandono, con una pose clásica y una expresión de melancolía controlada. Esta obra se enfoca en la belleza trágica de la ninfa, resaltando su figura antes de su desvanecimiento final.

El mito, inmortalizado por Ovidio en sus Metamorfosis, sigue resonando hoy en día. Tanto, que le dio nombre a un trastorno psicológico: el narcisismo. Una historia perfecta para recordarnos que la obsesión por la imagen propia, y la incapacidad de ver y amar a los demás, siempre tiene un precio trágico.
