En el corazón del océano, allí donde la luz del sol se rinde ante el dominio del azul profundo, el joven pescador siente el frío y húmedo toque de la sirena. Sus dedos se deslizan por su piel con una suavidad engañosa, casi eléctrica, mientras él ignora el destino fatal que se cierne sobre su cabeza. Está perdido, absolutamente hipnotizado por el embrujo de unos ojos que no pertenecen a este mundo. El tiempo parece detenerse en un suspiro eterno mientras ella lo envuelve en un último abrazo; sus labios, tan cerca de los suyos, susurran promesas de amor y reinos sumergidos que nunca se cumplirán. En ese único y fatal momento, su humanidad comienza a disolverse en el abismo absoluto.
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Hades, llamado Plutón por los romanos, era el dios del inframundo griego, la tierra de los muertos en la mitología griega y romana. Mientras que algunas religiones modernas consideran el inframundo como el infierno y a su gobernante como la encarnación del mal, los griegos y romanos vieron el inframundo como un lugar de oscuridad ineludible. Aunque estaba escondido de la luz del día y de los vivos, el propio Hades no era malvado. En cambio, era el guardián de las leyes de la muerte, un soberano sombrío pero rigurosamente justo.
La historia de Amor y Psique es, quizás, la más hermosa alegoría jamás contada sobre el viaje del alma humana hacia la inmortalidad. La trama comienza con Psique, la hija de un rey, cuya belleza era tan abrumadora que la gente de su reino solo hablaba de ella y, al hacerlo, olvidaba seguir el culto y la adoración a Venus (Afrodita), la diosa del amor y la belleza. La diosa, sintiéndose ultrajada por esta rivalidad nacida de la mortalidad, envía a su hijo, Cupido (Eros), el dios del deseo, para castigar a la insolente.
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El Romanticismo, que floreció aproximadamente entre finales del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, no fue solo una moda artística; fue una revolución cultural que abarcó la literatura, la música y, por supuesto, la pintura. Nació como una reacción apasionada contra la fría lógica, el orden estricto y la racionalidad impuesta por el Neoclasicismo. Si los neoclásicos buscaban la perfección en la simetría y las reglas de la antigüedad grecorromana, los románticos buscaron la verdad en un lugar mucho más profundo y turbulento: el sentimiento, la imaginación y la emoción incontrolable.
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