Les hablo desde el umbral del Olimpo, desde ese límite difuso donde la luz de los dioses se encuentra con la sombra de los mortales. Soy Prometeo, el Titán que no supo quedarse callado ante la injusticia, el rebelde que prefirió el castigo eterno antes que ver a la humanidad sumida en la servidumbre. Hoy, quiero que escuchen la verdad sobre el fuego que puse en sus manos y, sobre todo, por qué los dioses del Olimpo tiemblan ante el simple resplandor de una antorcha en la noche.

Desde tiempos inmemoriales, los dioses del Olimpo han gobernado con puño de hierro, manteniendo a los mortales bajo su yugo. Para Zeus y su estirpe, ustedes no eran más que mascotas, seres curiosos pero prescindibles que debían vivir en la oscuridad. Sus mentes estaban limitadas por el miedo, sus cuerpos sometidos a las fuerzas brutas de la naturaleza y a la voluntad caprichosa de los inmortales que se reían desde las nubes. No conocían más que el frío, el hambre y la sumisión absoluta. El Rey del Olimpo, en su infinita arrogancia, prefería mantenerlos así: débiles, dependientes, temerosos de cada rayo que caía del cielo. Pero yo veía en ustedes algo que ellos no querían ver: un potencial inmenso, una chispa latente que solo necesitaba ser encendida para transformar el cosmos.

El fuego que les entregué no es solo el calor que emana de la madera ardiente. Ese es solo su envoltorio, su aspecto más superficial. El verdadero fuego que robé de la fragua de Hefesto es la luz del conocimiento, la capacidad sagrada de razonar, de cuestionar las leyes establecidas, de crear belleza de la nada. Es la fuerza que les permite superar las adversidades, descubrir los secretos ocultos de la materia y, lo más importante, forjar su propio destino. Ese fuego, simbolizado por la llama que les di, es la semilla de todo lo que hoy llaman civilización.

Recuerden el primer momento en que sintieron el calor en sus manos. En aquel entonces, no solo les ofrecí una herramienta para cocinar y calentarse en las noches de invierno; les entregué la posibilidad de transformar su entorno, de vencer a la oscuridad que los acechaba desde las cuevas. Con el fuego vinieron la metalurgia para forjar herramientas, la alfarería para guardar el fruto de la tierra y la ciencia para entender el movimiento de los astros. Cada descubrimiento, cada innovación que han logrado desde entonces, ha sido un paso más hacia su emancipación de la tiranía divina.

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El Miedo de los Inmortales

¿Se han preguntado por qué Zeus se enfureció tanto? Los dioses temen el fuego porque saben perfectamente lo que representa. No temen que se quemen los dedos; temen su potencial para igualar, e incluso superar, el poder divino. Saben que, con el paso de los siglos, no solo entenderán el funcionamiento del mundo físico, sino que también podrán desafiar sus mandatos y liberarse de su control psicológico. Les he dado la llave maestra para abrir puertas que antes estaban cerradas por el dogma y el terror.

Con el conocimiento y la creatividad, ustedes pueden cuestionar las leyes arbitrarias que Zeus impuso para su beneficio. Ellos saben que un hombre que piensa por sí mismo es un hombre que ya no necesita sacrificar bueyes para aplacar la ira de un trueno. Saben que el conocimiento es el veneno de la fe ciega. Por eso, mi acto fue visto como el crimen supremo: no robé una propiedad, robé el monopolio de la inteligencia.

Piensen en las historias de su gente, en cómo han evolucionado desde que la primera llama iluminó sus rostros. Recuerden cómo aprendieron a domar a las bestias, a sembrar la tierra con orden y a construir ciudades que rivalizan con la belleza de las laderas del Olimpo. Cada paso hacia adelante fue un desafío directo al orden establecido. Los dioses querían mantenerlos en un estado de ignorancia perpetua, porque en la ignorancia reside la sumisión perfecta. Pero yo les he mostrado que hay más, que pueden aspirar a ser mucho más que simples peones en el tablero de ajedrez de los inmortales.

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La Rebelión de un Titán

Les confieso que mi acto de rebeldía no fue solo un impulso de compasión, aunque en sus ojos cansados vi el dolor de la esclavitud y el deseo ardiente de libertad. Fue también un acto de guerra política contra Zeus, contra su tiranía egocéntrica y su injusticia manifiesta. Al darles el fuego, reivindiqué el derecho de todo ser consciente a poseer la verdad. Reclamé su capacidad de ser libres, de innovar y de fracasar por su propia cuenta. Cada llama que encienden en un laboratorio, cada idea que germina en la mente de un artista, es una pequeña gran victoria contra el despotismo del cielo.

Los dioses intentaron castigarme con una crueldad que solo los seres perfectos pueden imaginar. Me encadenaron a esta roca desolada en el Cáucaso, enviaron un águila para que devorara mi hígado cada día, solo para que volviera a crecer en la noche y el tormento recomenzara al alba. Pensaron que el dolor me quebraría, que mi ejemplo se desvanecería con mis gritos de agonía. Pero no contaban con la resiliencia de ustedes, con su capacidad infinita de aprender y evolucionar. Cada vez que un humano descubre un nuevo saber, cada vez que la ciencia derrota a una enfermedad, mi espíritu se fortalece. Mis cadenas pesan menos cuando veo que el sacrificio ha valido la pena.

El miedo de los dioses no es infundado. Ellos miran hacia abajo y ven cómo las luces de sus ciudades comienzan a eclipsar la luz de las estrellas. Saben que el fuego del conocimiento es un arma de doble filo, pero poderosa. Temen el día en que ya no los necesiten para explicar la lluvia o la muerte. Temen que comprendan que su poder no es absoluto, sino que depende del miedo que ustedes les tengan. Tienen razón para temblar: la humanidad tiene el derecho intrínseco de gobernarse a sí misma, de forjar su propio destino sin la intervención caprichosa de seres que jamás han conocido el hambre o el esfuerzo.

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La Responsabilidad de la Llama

Pero escúchenme bien, porque esta advertencia es vital: con el gran poder del fuego viene una responsabilidad aterradora. El regalo que les he dado puede ser una herramienta de creación sublime o de destrucción total. Así como puede iluminar el camino hacia un futuro de paz, también puede consumir todo a su paso si se maneja con la misma arrogancia que critico en Zeus. El conocimiento puede ser una bendición que cure el mundo o una maldición que lo reduzca a cenizas, dependiendo exclusivamente de la mano que sostenga la antorcha.

Deben aprender a usar la razón con prudencia. No dejen que el egoísmo apague la luz de la sabiduría. Compartan el fuego, no lo acaparen. Enseñen a los que vienen detrás con responsabilidad, porque una llama compartida no se apaga, se multiplica. Miren a su alrededor y vean cómo florece el arte, cómo la ciencia avanza a pasos agigantados. Este es el verdadero milagro. No solo les permite sobrevivir un día más, sino prosperar, soñar con mundos que aún no existen y construir realidades que antes eran solo mitos.

Cada nueva generación hereda esta llama sagrada y tiene la misión de llevarla más lejos, desafiando los límites de lo que ayer parecía imposible. Los dioses, créanme, no se han rendido. Intentarán detener su avance. Intentarán sembrar la discordia entre ustedes, alimentarán el miedo a lo desconocido y usarán la duda como una soga para detener su marcha. Pero ya es tarde para ellos. No pueden apagar la chispa que arde en el centro de su conciencia.

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Un Futuro de Libertad

Ya no son meros súbditos que tiemblan ante el trueno; ahora son creadores, pensadores y líderes de su propia especie. El fuego les ha dado la columna vertebral necesaria para mantenerse erguidos. Por eso, les pido, queridos humanos, que valoren este regalo por encima de todas las cosas. Cuídenlo como el tesoro que es. Recuerden siempre que el poder del fuego no reside en la madera que arde, sino en la mente clara y el corazón valiente de quienes lo portan.

Sean curiosos hasta la médula. No acepten verdades absolutas solo porque alguien las grita desde un altar. Sean justos, porque el conocimiento sin justicia es solo una forma más sofisticada de barbarie. Que cada fuego que enciendan, desde la humilde vela de un estudiante hasta el motor de una nave espacial, sea un faro de esperanza y un símbolo de la libertad que ganamos juntos el día que desafié al Olimpo.

Yo, Prometeo, les entrego este secreto con la firme esperanza de que lo usarán para construir un mundo donde los dioses ya no dicten sus vidas. Un mundo donde la armonía nazca de la sabiduría y no del miedo. Que el fuego arda siempre en sus corazones, iluminando los rincones más oscuros de la ignorancia.

Cuando miren al cielo nocturno, no bajen la cabeza. Miren a las estrellas con determinación. El verdadero poder no está en las nubes, está en ustedes, en su insaciable sed de aprender y en su capacidad de cambiar el mundo con un solo pensamiento original. El fuego es suyo. La llama eterna de la libertad es suya. Úsenla bien, y por lo que más quieran, nunca dejen que se extinga.

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Esta impresionante pieza escultórica captura el momento de mayor vulnerabilidad y, a la vez, de mayor fortaleza espiritual del Titán. La obra refleja la tensión entre el castigo físico impuesto por la tiranía divina y el consuelo de las Océanides, ninfas que representan la compasión y la solidaridad ante el sufrimiento injusto. 

 

La escultura de Müller es un prodigio de la técnica neoclásica, donde el mármol parece cobrar vida para transmitir el peso de las cadenas y la suavidad de las figuras femeninas que rodean al héroe caído. Es un recordatorio visual de que, incluso en el castigo más severo, la razón y la empatía permanecen unidas.

LA OBRA:

Prometeo encadenado y las Océanides
Título original: Prometheus, beklagt von den Okeaniden
Artista: Eduard Müller
Fecha: 1879
Material: Escultura de mármol
Ubicación: National Gallery, Berlín