Adonis, mi amado, ha muerto. La noticia me ha golpeado como una ola helada, arrebatándome el aliento y dejándome con una tristeza abrumadora. Mis lágrimas caen sin consuelo, formando ríos en mi rostro mientras miro su cuerpo inerte. El dolor es un nudo en mi garganta, una herida abierta que no dejará de sangrar. ¿Cómo es posible que la vida se haya ensañado de esta manera con nosotros?

Aún puedo recordar su risa, ese sonido melodioso que iluminaba mi día, y la suavidad de su piel bajo mis dedos. Sus ojos, siempre llenos de vida y pasión, eran espejos del amor que compartíamos. Cada caricia, cada beso, era un testimonio de la devoción profunda que nos unía. Ahora, esos recuerdos me desgarran, pues ya no podré vivir más momentos con él. Siento que una parte de mi alma ha sido arrancada, dejándome vacía y desolada.

¡Oh, Adonis! ¿Por qué los dioses han sido tan crueles con nosotros? Mi dolor es insoportable, una sombra que amenaza con consumir todo lo que soy. La tierra misma parece llorar conmigo; las flores que solíamos admirar juntos se marchitan ante mi mirada, reflejando la pérdida que siento. El sol, testigo de nuestro amor, se oculta tras las nubes, negándome su luz y calor, como si también compartiera mi luto.

Adonis, mi Adonis, tan joven y hermoso, ha sido arrancado de mi lado por la furia ciega de un jabalí. La herida en su pecho, abierta y sangrante, es un recordatorio brutal de la fragilidad de la vida y la crueldad del destino. Me arrodillo junto a su cuerpo, mis manos temblorosas acarician su rostro ahora frío, intentando grabar en mi memoria cada detalle de su semblante. Quisiera poder descender al inframundo y rogarle a Hades por su retorno, daría cualquier cosa por tenerlo nuevamente a mi lado. Pero sé que incluso mis súplicas no pueden revertir su destino.

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Mi amor por Adonis era un fuego que ardía con intensidad, iluminando cada rincón de mi existencia. Cada encuentro, cada mirada, era un deleite para mi alma. Recuerdo cómo solíamos pasear juntos por los campos florecidos, disfrutando de la belleza de la naturaleza, sintiendo el viento acariciar nuestras pieles. Compartíamos risas y sueños, y el mundo se sentía perfecto cuando estábamos juntos. Ahora, esos recuerdos se han convertido en un puñal que me atraviesa, recordándome lo que he perdido.

La primera vez que vi a Adonis, su belleza me dejó sin aliento. Era como si los dioses hubieran vertido en él toda la perfección del mundo. Su piel, bronceada por el sol, brillaba con una luz propia, y sus ojos, profundos y oscuros, me miraban con una intensidad que me hizo temblar. Fue amor a primera vista, un lazo instantáneo que nos unió de manera inquebrantable. Desde ese momento, supe que mi corazón le pertenecía, y que siempre lo protegería y amaría con todas mis fuerzas.

Cada momento con Adonis era un tesoro, una joya que guardo celosamente en mi corazón. Recuerdo cómo me tomaba de la mano y me conducía a los rincones más hermosos de la naturaleza. Nos tumbábamos en la hierba, observando las nubes pasar, y él inventaba historias fantásticas sobre ellas, haciéndome reír con su imaginación desbordante. La vida era un sueño cuando estaba con él, un sueño del que nunca quise despertar.

Ahora, la realidad es un tormento constante. La tristeza me envuelve como un manto, sofocándome con su peso. Me siento atrapada en una pesadilla de la que no puedo escapar. Cada día sin Adonis es una eternidad de sufrimiento. Mis noches están llenas de sueños en los que él aparece, solo para despertarme a la cruel realidad de su ausencia. El dolor de perderlo es insoportable, una herida que nunca cicatrizará.

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Quisiera poder hacer algo, cualquier cosa, para traerlo de vuelta. He pensado en buscar a Hades y Perséfone, suplicarles que me permitan ver a Adonis una vez más. Estoy dispuesta a ofrecer cualquier sacrificio, a pagar cualquier precio, solo para tenerlo de nuevo a mi lado. Pero sé que es imposible, que los muertos no regresan. La desesperación se apodera de mí, dejándome sin fuerzas para seguir adelante.

El mundo ha perdido su color, su vida. Todo lo que antes me alegraba ahora me trae tristeza. Los campos que solíamos recorrer juntos parecen vacíos y desolados. Las flores que él me regalaba con tanto amor ahora son un recordatorio de lo que ya no tengo. Incluso el canto de los pájaros, que solía alegrarme, ahora suena como un lamento, una canción de duelo por mi amado perdido.

Mis hermanas diosas tratan de consolarme, pero sus palabras son huecas, incapaces de aliviar mi dolor. No entienden la profundidad de mi amor por Adonis, ni el vacío que ha dejado en mi corazón. Me dicen que el tiempo curará mis heridas, pero yo sé que no es verdad. Adonis era mi otra mitad, y sin él, nunca volveré a ser completa. El tiempo no puede sanar una pérdida tan profunda, no puede devolverme lo que más amaba.

Decido que, aunque ya no pueda tener a Adonis a mi lado, su memoria vivirá para siempre. Cada rosa roja será un símbolo de nuestro amor eterno, un recordatorio de la pasión que compartimos. Haré que el mundo sepa que mi corazón pertenece a Adonis, incluso en la muerte. Plantaré jardines en su honor, llenos de flores rojas y vibrantes, para que su espíritu viva en cada pétalo, en cada susurro del viento.

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Los días pasan lentamente, y mi dolor no disminuye. Cada amanecer es una nueva tortura, un recordatorio de que Adonis ya no está conmigo. Pero también es una oportunidad para honrar su memoria, para mantener vivo su espíritu. Dedico mis días a cuidar de los jardines que planté en su nombre, asegurándome de que cada flor florezca con la belleza que Adonis merecía. Es un trabajo arduo, pero me da una razón para seguir adelante, una manera de sentirme conectada con él.

A veces, cuando el viento sopla suavemente y el sol se filtra a través de las nubes, siento su presencia. Es como si Adonis estuviera conmigo, susurrándome al oído, diciéndome que no estoy sola. En esos momentos, encuentro una pequeña medida de consuelo. Sé que, aunque su cuerpo ya no esté aquí, su espíritu vive en los recuerdos y en el amor que compartimos.

El tiempo avanza, implacable, y aunque mi dolor no desaparece, aprendo a vivir con él. Adonis sigue siendo parte de mí, un fragmento de mi alma que llevaré siempre conmigo. Cada flor que florece en los jardines que planté en su honor es un testimonio de nuestro amor eterno. Cada vez que una brisa suave acaricia mi rostro, me recuerda su toque, su calidez.

Mi luto por Adonis no es solo un recordatorio de su muerte, sino una celebración de su vida, de nuestro amor. Es un juramento de que nunca lo olvidaré, de que siempre lo llevaré en mi corazón. Aunque el dolor de su pérdida nunca se desvanecerá completamente, encuentro consuelo en saber que nuestro amor fue real, profundo y eterno.

Adonis, mi amado, siempre vivirás en mí. Aunque los días sean oscuros y las noches solitarias, tu memoria ilumina mi camino. Y así, con cada flor que florece y cada brisa que sopla, te recordaré, te amaré, y mantendré vivo tu espíritu en este mundo que, sin ti, nunca volverá a ser el mismo.

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LA OBRA

Venus de luto por la muerte de Adonis
Círculo del barón Pierre Narcisse Guerin
Siglo XIX.