Si bien las kelpies generalmente toman forma equina en las historias, en algunas versiones toman forma humana, aunque con pezuñas, en lugar de pies. A veces se las considera hadas, mientras que otras son tomadas por espíritus de la naturaleza.
Cuando los kelpies aparecen en forma masculina, se dice que son muy peludos. Saltan sobre los viajeros solitarios en caminos desiertos para aplastarlos hasta la muerte.
Es posible que los kelpies se remonten a tiempos en que los habitantes de las aldeas, apaciguaban a los dioses del agua con sacrificios humanos. Luego de un tiempo, los dioses del agua se convirtieron en caballos de agua malvados. Dada la asociación tradicional de los caballos con el poder (y los caballos blancos con la fertilidad), no está claro de dónde vino la creencia. Especialmente porque los kelpies son descriptos como caballos negros.
En forma de caballo, los kelpies incitaban a las personas a que se subieran a sus lomos para dar un paseo, solo para ahogarlos. Apuntaban a los niños en particular. Así, los pobladores aprendieron a desconfiar de los ponis de color gris oscuro o blanco que parecían perdidos cerca de ríos o lagos. Una melena que goteaba solía delatar a los kelpies.
Creían que el ruido que hacía la cola de un kelpie cuando entraba en el agua sonaba como un trueno y tenía mucho sentido evitar ríos o lagos si se escuchaba eso.
Los aullidos o lamentos también los delataban, y advertían de las tormentas que se avecinaban.
Según la opinión de especialistas en el tema, el kelpie refleja los temores de una población costera que no sabía nadar. Las historias sobre kelpies ayudaron a mantener a los niños alejados de lugares peligrosos. También advertían a las mujeres jóvenes que no confiaran en varones desconocidos.
Sin embargo, aún persisten historias de personas que no hicieron caso de las advertencias sobre los kelpies, por ejemplo una historia de Braco, Aberdeenshire, sobre un río que era el hogar de un kelpie. Una noche, el río estaba inundado y un hombre que se dirigía a casa se dio cuenta de que no podía cruzar las aguas solo. Un caballo pastaba pacíficamente en la orilla; no se le pasó por la cabeza que esto podría ser un kelpie traicionero. El hombre decidió que el caballo sería un medio maravilloso para cruzar el río. Sorprendentemente, el caballo se sometió y dejó que se subiera a su lomo, pero, tan pronto como se subió, el kelpie corrió al agua, arrastrando al hombre a la parte más profunda del agua y a una muerte inevitable.
Esta pintura que les traemos sobre el tema es de James Draper, a este pintor le interesaban estas historias del período victoriano. El Kelpie es el mejor ejemplo de este tipo de trabajos que encontramos en su obra. Un arroyo de aguas cálidas, un sol brillante alumbrando todo, rocas, árboles y una mujer descansando en el medio del cuadro. El secreto en Draper es la tensión que esconden esas pinturas en apariencia simples. Esa mujer no es una mujer, es un espíritu del agua, un demonio, un kelpie.
En un poema de 1786 de Robert Burns, el poeta más importante de Escocia, se lee algo más o menos así: