En los confines del firmamento, donde la luz y la oscuridad se entrelazan en un ballet eterno, surgieron dos astros de insólita belleza y poder. Estos eran Hesperus y Phosphorus, los hermanos gemelos del amanecer y del crepúsculo, nacidos del vientre de Eos, la diosa del alba, y Astreo, el titán de las estrellas. Desde su nacimiento, el destino de estos dos seres estaba marcado por la dualidad y la tensión entre la luz y la sombra.

La mitología griega cuenta que Eos, con sus dedos de rosa, atravesaba el cielo cada mañana, trayendo la luz del día al mundo. Sin embargo, su vida no estaba completa. A pesar de su papel vital, Eos anhelaba la compañía de hijos que pudieran compartir su divino deber.

En una noche cargada de misterio y promesas, se unió a Astreo, y de esta unión nacieron dos estrellas resplandecientes: Hesperus y Phosphorus.

Hesperus, el portador de la luz vespertina, y Phosphorus, el lucero del alba, eran las dos caras de una misma moneda. Mientras Phosphorus brillaba con una luz pura y prometedora, anunciando el nuevo día, Hesperus aparecía en el cielo crepuscular, guiando a los viajeros a casa y marcando el fin de las labores diarias.

Aunque compartían un lazo inquebrantable, la rivalidad entre Hesperus y Phosphorus era inevitable. Phosphorus, con su brillo temprano, simbolizaba la esperanza, el comienzo y la renovación. Los mortales lo adoraban, pues su aparición era un presagio de buenos días y éxitos por venir. Hesperus, por otro lado, representaba el descanso, la reflexión y la calma tras un día agotador. Su luz dorada era un faro de serenidad, pero su aparición también indicaba el acercamiento de la oscuridad.

A pesar de sus diferencias, los hermanos mantenían un equilibrio necesario en el cosmos. El mundo dependía de sus roles bien definidos, pues sin el amanecer de Phosphorus, no habría día, y sin el crepúsculo de Hesperus, la noche nunca caería.

Un día, los dioses del Olimpo, deseosos de poner a prueba a estos astros gemelos, les presentaron un desafío. Zeus, el rey de los dioses, decretó que aquel que lograra iluminar el corazón de un mortal con mayor intensidad sería considerado el más brillante de los dos y recibiría un lugar especial en el panteón.

Los hermanos aceptaron el desafío con valentía. Phosphorus decidió iluminar a un joven guerrero llamado Eryx, quien se enfrentaba a la batalla más grande de su vida. Con su luz incandescente, Phosphorus llenó el corazón de Eryx de valor y esperanza. El guerrero, inspirado por la presencia del lucero del alba, luchó con una destreza y coraje sin igual, saliendo victorioso y glorioso.

Hesperus, por su parte, eligió a una joven poeta llamada Selene, cuya alma estaba sumida en la desesperación. Con su luz cálida y reconfortante, Hesperus tocó el alma de Selene, dándole consuelo y paz. Bajo su influencia, Selene encontró la inspiración perdida y escribió versos que resonaron con la esencia de la humanidad, llenando de serenidad y belleza los corazones de aquellos que los leyeron.

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Los dioses del Olimpo observaron las acciones de los gemelos y debatieron largamente sobre cuál había cumplido mejor con la prueba. Zeus, con su mirada penetrante, finalmente tomó una decisión. Reconoció que ambos hermanos habían tocado los corazones mortales de maneras igualmente significativas: uno a través de la esperanza y el coraje, el otro mediante la paz y la inspiración.

Zeus, en su sabiduría, declaró que la verdadera grandeza de Hesperus y Phosphorus no residía en quién era más brillante, sino en cómo sus luces complementaban la existencia humana. Así, decretó que ambos serían honrados igualmente y que continuarían desempeñando sus roles esenciales en el ciclo diario.

Con la decisión de Zeus, los hermanos comprendieron la profundidad de su conexión y la importancia de su dualidad. Hesperus y Phosphorus se dieron cuenta de que, aunque diferentes, sus luces eran indispensables para el equilibrio del mundo. Phosphorus abrazó la importancia de la esperanza que su luz traía al amanecer, y Hesperus valoró la calma y reflexión que su brillo ofrecía al caer la noche.

A partir de entonces, los hermanos trabajaron en perfecta armonía, respetando y admirando los dones únicos que cada uno poseía. Los mortales, conscientes de la importancia de ambos astros, comenzaron a honrar tanto el amanecer como el crepúsculo, comprendiendo que la vida es un ciclo interminable de comienzos y finales, de esperanza y descanso.

La historia de Hesperus y Phosphorus trascendió el tiempo y las culturas, convirtiéndose en un símbolo de la dualidad esencial de la vida. Poetas, filósofos y astrónomos a lo largo de los siglos se inspiraron en los gemelos celestiales, escribiendo sobre la armonía de sus luces y la importancia del equilibrio entre el día y la noche.

En las noches claras, cuando los cielos se engalanan con estrellas, Hesperus sigue guiando a los viajeros a casa, mientras que en las madrugadas, Phosphorus anuncia el nuevo día con su resplandor. Ambos astros, aún hoy, recuerdan a la humanidad que la verdadera grandeza reside en la unidad de las diferencias, y que cada final lleva en sí la promesa de un nuevo comienzo.

El término "Phosphorus" está etimológicamente relacionado con "Lucifer". Ambos nombres significan "portador de luz" y tienen raíces en diferentes lenguas: "Phosphorus" proviene del griego, mientras que "Lucifer" deriva del latín.

En la mitología griega, Phosphorus (o Eosphorus) es el nombre del planeta Venus cuando aparece en el cielo de la mañana, justo antes del amanecer. El nombre significa "portador de luz".

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En la mitología romana, el equivalente de Phosphorus es "Lucifer", que también es el nombre del planeta Venus cuando aparece como estrella de la mañana. "Lucifer" se deriva del latín "lux" (luz) y "ferre" (llevar), significando también "portador de luz".

En el contexto bíblico, "Lucifer" se menciona en la Vulgata, la traducción latina de la Biblia, en Isaías 14:12: "Quomodo cecidisti de caelo, Lucifer, fili aurorae!" ("¡Cómo has caído del cielo, oh Lucifer, hijo de la mañana!"). Este pasaje se refiere metafóricamente al rey de Babilonia, pero en la tradición cristiana posterior, Lucifer se asoció con Satanás antes de su caída.

La identificación de Phosphorus con Lucifer se hizo más evidente con las traducciones bíblicas y la evolución de la literatura cristiana. Aunque originalmente ambos términos se referían al planeta Venus como la estrella de la mañana, la connotación de "Lucifer" cambió con el tiempo, especialmente en el contexto del cristianismo.

Esta pintura inspirada en la mitología griega representa la estrella de la mañana (Fósforo) y la estrella de la tarde (Hesperus) y alude al círculo de la vida. Fósforo se eleva, con la antorcha erguida, anunciando la mañana que ilumina el cielo a sus espaldas. En comparación, la luz de las estrellas vespertinas de Hesperus se está desvaneciendo, mientras la llama de su antorcha oscura decae y parpadea, sus ojos se cierran y su cabeza oscura anticipa la relajación del sueño.

Las figuras estilísticamente aplanadas y los tonos marmóreos de los jóvenes en la pintura hacen referencia al interés de Evelyn por la escultura clásica y la representación inusual de dos figuras masculinas desnudas con sus antorchas fálicas causó controversia cuando se exhibió por primera vez. Sin embargo, la mano femenina es evidente en la pintura ya que el fondo de la costa le permitió a Evelyn imbuir a la imagen con un potente simbolismo femenino en forma de conchas marinas que representan la fertilidad femenina y la potencia sexual.

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LA OBRA

Phosphorus y Hesperus
Evelyn De Morgan
1881