Nací en Esparta, una ciudad famosa por sus guerreros, como hija de Tíndaro, el rey de Esparta, y Leda. Sin embargo, mi verdadero padre era Zeus, quien, en forma de un cisne, sedujo a mi madre. Desde temprana edad, mi belleza fue incomparable, y pronto supe que mi vida no sería sencilla. Mis hermanos, Cástor y Pólux, también eran hijos de Zeus, mientras que Clitemnestra, mi hermana, compartía el mismo destino trágico que yo.
Cuando llegué a la edad de casarme, muchos pretendientes de toda Grecia vinieron a Esparta. Entre ellos estaban los más grandes héroes y príncipes del mundo griego. Mi padre, Tíndaro, temía que la elección de uno de ellos pudiera causar conflictos entre los demás. Fue entonces cuando Odiseo, un pretendiente astuto, sugirió un pacto: todos los pretendientes jurarían proteger y respetar al esposo elegido. De esta manera, cualquier intento de secuestrarme sería una ofensa contra todos.
Finalmente, Menelao, hermano de Agamenón, fue elegido como mi esposo. Era un hombre poderoso y valiente, y juntos gobernamos Esparta. Nuestra vida parecía feliz, y tuvimos una hija llamada Hermíone. Sin embargo, el destino tenía otros planes para mí.
Lejos de Esparta, en la ciudad de Troya, el joven príncipe Paris vivía una vida de lujos y placeres. Paris había sido elegido para juzgar quién era la diosa más hermosa: Hera, Atenea o Afrodita. Cada una le ofreció un soborno: poder, sabiduría y la mujer más hermosa del mundo, respectivamente. Paris, joven e impulsivo, eligió a Afrodita, quien le prometió que me tendría a mí, Helena, como esposa.
Fue así como Paris llegó a Esparta, bajo el pretexto de ser un invitado de Menelao. No pude evitar sentir una atracción inmediata hacia él, como si una fuerza divina me estuviera empujando hacia él. Los dioses, especialmente Afrodita, influyeron en mis emociones y deseos. Cuando Menelao partió a Creta para asistir a un funeral, Paris y yo no pudimos resistirnos más. Nos escapamos juntos hacia Troya, llevándome a mí y una gran parte del tesoro de Menelao.
La llegada a Troya fue gloriosa. Paris me presentó como su esposa ante su familia real, que incluía a su padre Príamo y su madre Hécuba, así como a sus hermanos Héctor, Deífobo y Casandra. Sin embargo, no todos en Troya estaban felices con nuestra unión. Casandra, con su don profético, advertía de la destrucción que mi presencia traería a Troya, pero nadie la creyó.
En Esparta, Menelao quedó furioso al descubrir mi desaparición. Recordando el juramento de los pretendientes, convocó a los reyes y héroes de Grecia para recuperar a su esposa y vengar su honor. Así comenzó la guerra de Troya, una guerra que duraría diez largos años y que costaría incontables vidas.
La guerra fue un espectáculo de valentía y tragedia. Desde los muros de Troya, observé cómo héroes como Aquiles, Héctor y Áyax luchaban y morían. Mi corazón estaba dividido. Aunque había seguido a Paris por deseo, no podía evitar sentir una profunda tristeza por el sufrimiento que mi elección había causado. Vi a Héctor, el noble defensor de Troya, caer ante Aquiles, y el dolor en los ojos de Príamo y Hécuba me desgarraba el alma.
Paris, aunque valiente, no era el guerrero que era Héctor. Fue durante una batalla que Paris encontró su fin, herido mortalmente por una flecha de Filoctetes. Su muerte me dejó desolada y vulnerable. Pronto, me vi obligada a casarme con Deífobo, otro príncipe troyano, pero mi corazón ya estaba roto.
Finalmente, los griegos, con la astucia de Odiseo, construyeron el famoso caballo de madera. Fingiendo una retirada, dejaron el caballo como ofrenda a los dioses y se escondieron. Los troyanos, creyendo que la guerra había terminado, llevaron el caballo dentro de las murallas. Esa noche, los griegos salieron del caballo y abrieron las puertas de la ciudad para sus compatriotas. Troya fue saqueada, y su pueblo, masacrado.
En medio del caos, busqué refugio, sabiendo que mi destino estaba en manos de los vencedores. Fue entonces cuando Menelao me encontró. En sus ojos vi una mezcla de furia y amor. Quiso matarme, pero al mirarme, su ira se desvaneció. Mi belleza, que había causado tanto dolor, me salvó una vez más. Menelao me llevó de regreso a Esparta, y aunque nuestras vidas nunca fueron las mismas, tratamos de reconstruir lo que habíamos perdido.
Mi historia es una de amor y tragedia, de decisiones impulsivas y sus consecuencias. Fui arrastrada por fuerzas más allá de mi control, un peón en los juegos de los dioses. La guerra de Troya, desencadenada por mi fuga, dejó cicatrices en todos los que participaron. A menudo me pregunto si podría haber actuado de manera diferente, si podría haber evitado tanto sufrimiento. Pero así es el destino, inexorable e implacable.
Ahora, al final de mi vida, reflexiono sobre todo lo que ocurrió. Soy Helena, la mujer cuya belleza fue tanto una bendición como una maldición, y mi historia perdurará en los relatos de los poetas y en la memoria de la humanidad.
LAS OBRAS
El juicio de Paris
Jean-Marc Nattier
1713
El juicio de París
Solomon Joseph Solomon
1891
El juicio de París
Alessandro Turchi
1640
El juicio de Paris
Peter Paul Rubens
1606
El juicio de París
Charles Errard
1670