Desde su juventud, Ossian destacó por su valentía y habilidad como cazador, pero su destino tomó un giro extraordinario el día que se aventuró junto a los fenianos en busca de presa en los bosques profundos. Fue entonces que se encontraron con una figura celestial, una doncella de cabellos dorados montando un caballo blanco como la luna llena. Era Niamh, la hermosa hada de Tir Nan Og, el reino de eterna juventud y belleza.
Niamh quedó prendada de Ossian al instante, reconociendo en él no solo un guerrero formidable, sino también un alma noble digna de los privilegios de su tierra mítica. Con dulces palabras y promesas de maravillas más allá de la imaginación mortal, Niamh invitó a Ossian a acompañarla a Tir Nan Og. Sin vacilar, el joven guerrero aceptó el desafío y montó junto a ella hacia el horizonte lejano, dejando atrás las fronteras de lo conocido.
El viaje hacia Tir Nan Og fue una odisea de maravillas y peligros. Cruzaron mares tumultuosos donde monstruos marinos acechaban, sortearon bosques encantados donde las sombras bailaban al son del viento y atravesaron montañas que tocaban el cielo. Cada paso los llevaba más cerca del reino inmortal de las hadas, donde la realidad se trenzaba con los sueños y los deseos más profundos se hacían realidad.
Al fin, llegaron a las costas de Tir Nan Og, donde la luz del sol parecía danzar eternamente sobre prados verdes y ríos cristalinos. Ossian y Niamh vivieron juntos en dicha y armonía durante tres siglos, un parpadeo en el tiempo para los inmortales pero una vida entera para un hombre mortal. En aquel reino de eternidad, Ossian olvidó la pesadumbre de la edad y la pérdida, envuelto en el amor y la paz de su amada Niamh.
Pero la llama de su hogar natal nunca se extinguió del todo en el corazón de Ossian. Después de muchos años en Tir Nan Og, un anhelo profundo lo llevó a pedir a Niamh el permiso para regresar brevemente a su tierra de origen. Con tristeza y comprensión, Niamh le concedió su deseo, proporcionándole un caballo blanco como la nieve para el viaje de retorno, con la advertencia de que no pusiera nunca sus pies en tierra mortal.
Con el corazón lleno de nostalgia y esperanza, Ossian partió de regreso a Irlanda. Pero al llegar, la realidad golpeó como una marea implacable. Todo lo que había conocido y amado había desaparecido, cubierto por el velo del tiempo que no perdona. Las tierras que una vez fueron su hogar ahora estaban dominadas por nuevas creencias y un orden diferente. La presencia de San Patricio y su cruz habían transformado la tierra de las leyendas en un lugar irreconocible para Ossian.
Desesperado por conectar con su pasado, Ossian se encontró con hombres cuya estatura física parecía menor que la de los héroes de antaño. Al ver a tres de ellos luchando por levantar una roca, el impulso del guerrero se activó, pero el destino jugó su carta más cruel. La cincha de su caballo se rompió, arrojándolo al suelo mortal y desencadenando el hechizo que lo ataba al tiempo en Tir Nan Og. En un instante, Ossian envejeció tres siglos, quedando ciego y abandonado en un mundo que ya no reconocía.
Fue entonces que el destino le trajo a San Patricio, quien lo llevó a su casa con bondad y cuidado. Durante los últimos días de su vida, Ossian encontró consuelo en la compañía del santo, aunque sus corazones divergían en cuestiones de fe y destino. San Patricio, con su celo cristiano, intentó guiar el alma de Ossian hacia las puertas del paraíso, pero el viejo guerrero se aferró a las creencias de sus ancestros, prefiriendo la promesa de los campos de batalla eternos junto a los fenianos que tanto amó.
Así, la historia de Ossian resonó a través de los siglos, llegando a oídos de Napoleón Bonaparte, quien la apreció como un tributo a la grandeza y el sacrificio. Influenciado por su pasión por las epopeyas y las leyendas, Napoleón instó a uno de sus generales, Jean-Baptiste Bernadotte, a nombrar a su hijo Óscar en honor al legendario hijo de Ossian. Este gesto de respeto y admiración perduró en las páginas de la historia, asegurando que el legado de Ossian viviera más allá de las eras y fronteras.
En el cuadro se ve un Ossian anciano apoyado sobre su arpa, durmiendo; sobre él aparece una escena que se corresponde con su sueño, con unas figuras traslúcidas de color blanco, como de alabastro, que semejan estatuas. Estas figuras están postradas, como cansadas, se diría que sin vida, o como soñando a su vez, un sueño dentro de un sueño. La figura principal, con yelmo alado y escudo, en la parte derecha del cuadro, es Oscar, el hijo de Ossian; aparecen también su amante, Malvina, su padre Fingal, Starno, el soberano de las nieves y sus hijas, que tocan arpas, así como otros héroes de la saga ossiánica.
En esta obra Ingres mantuvo un equilibrio entre el formalismo clasicista y la visión romántica, creando una imagen que se podría calificar como una de las más rupturistas de su producción, en cuanto a formas y cromatismo.
La Obra
El sueño de Ossian
Jean-Auguste-Dominique Ingres
Fecha 1813
Medio óleo sobre lienzo
Dimensiones Altura: 348 cm ; anchura: 275 cm
Museo Ingres Bourdelle