Marie Louise Élisabeth Vigée Lebrun (1755-1842) no fue solo una pintora; fue una de las artistas femeninas más destacadas y demandadas del siglo XVIII, cuya larga y exitosa carrera la llevó a inmortalizar a la realeza y la aristocracia de toda Europa, dejando un legado de más de 660 retratos y 200 paisajes.
Nacida en París, su talento se manifestó de manera precoz. Fue hija del pintor de pastel Louis Vigée, quien le dio su primera formación. Tras la muerte de su padre, continuó su aprendizaje, influenciada por maestros como Jean-Baptiste Greuze.
A los 19 años, ya era miembro de la Academia de San Lucas y, poco después, su matrimonio con el marchante de arte Jean-Baptiste Le Brun la introdujo aún más en los círculos artísticos y sociales más importantes de París.
La Favorita de María Antonieta
El ascenso de Vigée Lebrun a la fama internacional se consolidó con su nombramiento como pintora de la corte de María Antonieta, la reina de Francia. A partir de 1776, pintó alrededor de treinta retratos de la reina y su familia, forjando una alianza que, aunque la elevó a la cima social, también la vinculó peligrosamente al destino de la monarquía. Gracias a la influencia de la reina, fue admitida en la prestigiosa Académie Royale de Peinture et de Sculpture en 1783.
Sus retratos de María Antonieta son icónicos. Buscaba capturar la personalidad de la reina, suavizando la rigidez de los retratos cortesanos tradicionales. Obras como el retrato de la reina con un vestido de muselina ("Marie Antoinette en robe de mousseline", 1783) y el célebre "Marie-Antoinette y sus hijos" (1787), buscaban humanizar la imagen de la soberana, aunque el primero causó polémica por su informalidad.
Exilio y Reconocimiento Europeo
El estallido de la Revolución Francesa en 1789 supuso un punto de inflexión. Debido a su ferviente realismo y su estrecha relación con la reina, Vigée Lebrun se vio obligada a huir de Francia, iniciando un largo exilio de doce años por toda Europa.
Este exilio, lejos de detener su carrera, la convirtió en la retratista de la realeza europea. Viajó y trabajó en Italia (donde fue recibida en la Academia di San Luca de Roma), Austria y especialmente en Rusia, donde pintó a miembros de la corte del Zar. Su habilidad para crear retratos elegantes, con un toque de idealización y gracia, fue solicitada en Nápoles, Viena y San Petersburgo. En todas partes fue reconocida e ingresó como miembro de varias academias de arte.
Legado y Memorias
Vigée Lebrun regresó a Francia en 1802 y, aunque continuó viajando, pasó sus últimos años en París. Su legado no se limita solo a su producción pictórica; sus Memorias (Souvenirs), publicadas en tres volúmenes entre 1835 y 1837, ofrecen un vívido testimonio de la vida social y la turbulenta política de la Europa que presenció, desde el Antiguo Régimen hasta la Restauración.
Considerada la artista femenina más importante del siglo XVIII, Vigée Lebrun rompió barreras de género, llevando el retrato a un nuevo nivel de sensibilidad y éxito comercial. Murió en París en 1842, dejando una obra que se exhibe en museos de veinte países, asegurando su lugar como una maestra indiscutible del retrato.