Hablar de Guillaume Seignac es entrar en un rincón fascinante del arte francés de finales del siglo XIX y principios del XX, donde la pintura académica todavía brillaba con fuerza, aunque las vanguardias ya rugían con ímpetu en París. Seignac fue un maestro que supo sostener, con elegancia y convicción, la tradición del clasicismo en un tiempo en que la modernidad lo desafiaba por todos lados. Su arte, cargado de gracia, sensualidad y una idealización que roza lo onírico, se convirtió en una suerte de puente entre el legado académico de la École des Beaux-Arts y el gusto popular por lo bello, lo armonioso, lo eterno. Y aunque por momentos quedó opacado por los grandes nombres de su época, hoy Seignac resurge con fuerza gracias a la frescura de sus lienzos, que parecen intactos, como si el tiempo no hubiera osado tocarlos.
Johann Heinrich Füssli, nación en Zúrich el 7 de febrero de 1741. Fue un dibujante, pintor, historiador del arte y escritor suizo, posteriormente establecido en Gran Bretaña, donde es conocido como Henry Fuseli. Pintor de difícil descripción, se le ha calificado de neoclásico, neomanierista y prerromántico. En sus imágenes confluyen corrientes que provienen de las tradiciones clasicista y manierista con otras que son específicas de la pintura inglesa y nórdica,
Gustave Doré nació en Estrasburgo, nació el 6 de enero de 1832. A la edad de quince años consiguió un contrato con Charles Philipon para que este le publicara una litografía por semana. Luego se le encargaron trabajos sobre François Rabelais, Honoré de Balzac y Dante Alighieri, haciendo que, aún muy joven, cobrase más que su contemporáneo Honoré Daumier. En 1853 ilustra algunas obras de Lord Byron, que le abren las puertas para ilustrar
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