En el corazón del Renacimiento, cuando el arte y la ciencia se entrelazaban en una danza de redescubrimiento y creación, surgió una obra que encapsulaba la esencia del dolor y la divinidad en una forma tan sublime que el mundo nunca había visto antes. Esta es la historia de La Piedad, esculpida por Miguel Ángel Buonarroti, un joven prodigio cuyo talento trascendía los límites de la comprensión humana. Esta es una epopeya sobre cómo la piedra puede hablar, cómo el mármol puede llorar, y cómo un artista, tocado por los dioses, puede capturar la infinitud del sufrimiento y la compasión en una obra eterna.

En el año 1497, en la majestuosa ciudad de Roma, el cardenal francés Jean de Bilhères encargó una obra monumental a un joven artista florentino de apenas 23 años. Miguel Ángel, con la humildad de quien sabe que su arte es un don divino, aceptó el reto de esculpir una imagen de la Virgen María sosteniendo en sus brazos el cuerpo yacente de Cristo, recién bajado de la cruz. Este encargo era para la capilla funeraria del cardenal en la Basílica de San Pedro.

El joven maestro se adentró en las profundidades de su imaginación y en la cantera de mármol de Carrara, donde seleccionó con meticulosa precisión el bloque que sería su lienzo. Miguel Ángel veía en el mármol no una roca inerte, sino una forma viva, esperando ser liberada de su prisión mineral. En sus manos, el cincel no era una herramienta, sino una extensión de su voluntad divina, un rayo de la inspiración celestial que guiaba cada golpe con precisión infalible.

Durante meses, el taller de Miguel Ángel fue un hervidero de actividad, un templo del arte donde el mármol resonaba con el eco de cada golpe del cincel. Con una destreza que parecía sobrenatural, el artista fue dando forma a la piedra, despojándola de su tosquedad y revelando una escena de dolor sublime y compasión eterna.


La Virgen María, esculpida con una serenidad y una tristeza profundas, sostiene en sus brazos a su hijo, Cristo, cuyo cuerpo sin vida emana una paz trágica. La composición piramidal de la escultura, con la figura de María extendiéndose en una base amplia que se eleva hasta la cabeza de Cristo, crea un equilibrio perfecto, una armonía divina que refleja la paz del alma en medio del sufrimiento.

Cada detalle de La Piedad es un himno a la divinidad y a la humanidad. Los pliegues de las vestiduras de María caen con una suavidad y un realismo que desafían la rigidez del mármol, simbolizando el manto de la compasión que cubre toda la creación. Su rostro, joven e inmaculado, no muestra el paso del tiempo, sugiriendo su eternidad como madre de Dios y reina del cielo.

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El cuerpo de Cristo, sin vida pero sereno, es una manifestación de la belleza en la tragedia. Sus heridas, esculpidas con una precisión casi dolorosa, hablan del sacrificio y el amor infinito. La mano derecha de María, abierta hacia el espectador, invita a compartir su dolor, a comprender la profundidad de su sacrificio y a encontrar consuelo en la promesa de la resurrección.

Cuando la obra fue finalmente revelada, una ola de asombro y reverencia se extendió por Roma. Los que contemplaron La Piedad quedaron anonadados ante la capacidad de un mortal para capturar tan perfectamente la esencia del sufrimiento y la redención en una obra de arte. El cardenal de Bilhères, a pesar de su conocimiento y aprecio por el arte, no pudo prever el impacto que esta obra tendría en los corazones y las mentes de todos los que la contemplaban.


La fama de Miguel Ángel se disparó, y su nombre se grabó para siempre en los anales de la historia del arte. Pero más allá de la gloria personal, La Piedad se convirtió en un símbolo de la compasión divina, un puente entre lo humano y lo divino que resonaba en cada alma que la miraba.

Con el paso de los siglos, La Piedad ha permanecido como un faro de esperanza y consuelo. En tiempos de guerra y paz, de pobreza y prosperidad, la gente ha acudido a ella buscando comprensión y consuelo en su silenciosa elocuencia. La escultura no solo representa un momento de dolor, sino también una promesa de redención y amor eterno.

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Miguel Ángel, consciente de la inmortalidad de su obra, dejó una marca sutil en el manto de María: su firma, un gesto inusual para él, motivado por la necesidad de reclamar su creación frente a aquellos que dudaban de su autoría. Así, "Michelangelo Buonarroti, florentino, hizo esto", permanece inscrito como testimonio de su genio.

A lo largo de los años, La Piedad ha sufrido daños, siendo más notable el ataque de 1972, cuando un hombre perturbado la golpeó con un martillo, causando graves daños. La respuesta del mundo fue inmediata, y expertos de todo el globo se unieron para restaurar la obra a su gloria original. Este acto de restauración no fue solo un esfuerzo por preservar una pieza de arte, sino un testimonio del profundo amor y respeto que la humanidad siente por esta obra maestra.

Hoy, La Piedad sigue siendo uno de los tesoros más valiosos de la Basílica de San Pedro, atrayendo a millones de visitantes que se acercan para contemplar su majestuosa serenidad. En la penumbra de la capilla, la luz que cae sobre el mármol parece insuflar vida en las figuras esculpidas, creando un juego de sombras y luces que amplifica la emoción y el drama de la escena.

La obra de Miguel Ángel no es solo una representación del dolor y la compasión; es una meditación sobre la condición humana y la búsqueda de lo divino en lo mundano. A través de su arte, Miguel Ángel nos invita a reflexionar sobre el sacrificio, el amor y la esperanza, mostrándonos que, incluso en nuestros momentos más oscuros, hay una belleza y una paz que pueden ser encontradas.

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La Piedad de Miguel Ángel es más que una escultura; es una epopeya esculpida en mármol, una obra que trasciende el tiempo y el espacio para tocar las fibras más profundas del alma humana. A través de la maestría de Miguel Ángel, la piedra cobra vida, la divinidad y la humanidad se entrelazan, y el sufrimiento se transforma en una promesa de redención.

En cada golpe del cincel de Miguel Ángel, en cada pliegue del manto de María y en cada rasgo del cuerpo de Cristo, se encuentra una historia de amor y sacrificio, una verdad eterna que sigue resonando en los corazones de todos los que contemplan esta obra maestra. La Piedad es, y siempre será, un testimonio del poder del arte para capturar y comunicar las profundidades de la experiencia humana, un legado inmortal de un genio divinamente inspirado.

El cuerpo intacto de Jesús, desprovisto de los signos de la violencia sufrida, y la luminosa juventud de María no dejaron de suscitar críticas, a las que Miguel Ángel respondió explicando que fue la pureza lo que había protegido a la Virgen de los ultrajes del tiempo.

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Luego fue el turno de la Pietà Bandini.  Cuarenta años despues, tras el Saqueo de Roma, la caída de la República de Florencia y el regreso de los Medici, Miguel Ángel se dirige hacia la vejez inexorablemente, dividido entre el aguijón de los sentidos y la deseo de ascetismo. Con la muerte de su amiga Vittoria Colonna, el artista se obsesiona con el pensamiento del final y teme el juicio divino: Cristo, el salvador de la humanidad, se convierte en el punto de apoyo de su inspiración. De un bloque de mármol adelantado en la obra de la Tumba de Julio II decide derivar la escultura que velará por su tumba en Santa Maria Maggiore, en Roma.

El mármol, dice Giorgio Vasari, está lleno de impurezas y es tan duro que cuando entra en contacto con el cincel emite nubes de chispas. Mientras intenta cambiar la posición de una pierna de Cristo, Miguel Ángel hace que se rompa. Insatisfecho, tomará la escultura con un martillo y la dañará en varios lugares. En 1961 la Piedad fue comprada por el diplomático y erudito florentino Francesco Bandini y un siglo más tarde por Cosimo de 'Medici, quien la asignó al sótano de San Lorenzo, la tumba de los señores de Florencia. En 1772, finalmente fue trasladado a Santa Maria del Fiore.

Dramática y dinámica, en su riqueza compositiva la Pietà Bandini, transforma el mármol en un material vivo y palpitante, mientras que las expresiones de los protagonistas reflejan el proceso de aceptación de la muerte. A la cabeza del grupo reconocemos a Nicodemo que ayuda a depositar el cuerpo de Jesús: a semejanza del fariseo convertido Miguel Ángel nos deja uno de sus autorretratos más intensos.

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La última en la linea de tiempo es la Pietà Rondanini, la más apasionante y original: Con un novedoso sistema compositivo, las posturas, la fusión mística entre la Madre y el Hijo. La alternancia de partes completas y partes inacabadas ha fascinado a los observadores de todos los tiempos, llamando la atención sobre el significado de las obras inacabadas de Miguel Ángel.

El anciano escultor trabajó hasta los últimos días en esta obra, que fue encontrada en el taller romano tras su muerte. La Piedad de Rondanini “es más una oración que una obra de arte, o más bien es la demostración artística de que el hombre de fe ha visto más allá de las apariencias reales, que la mano es incapaz de devolver lo que el ojo interior ha podido contemplar”.

En el corazón de la obra está la reflexión de Miguel Ángel sobre la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que parece deslizarse en el sepulcro con su madre, en una metamorfosis mística que renueva el momento de la Anunciación. La piedra se vuelve ligera, mientras los dos cuerpos parecen desprenderse del suelo para llegar juntos al Paraíso.

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LA OBRA

La Piedad del Vaticano o Pietà
Artista: Miguel Ángel
Fecha de creación: 1498–1499
Material: Mármol
Tamaño: 1.74 m x 1.95 m
Ubicación: Basílica de San Pedro

fotografias: Aurelio Amendola

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