Imagínense por un momento estando lejos de la persona más deseada, y tener como único nexo para tanta pasión: papel y tinta. La historia transcurre en la Francia más intelectual, Paris como centro del pensamiento.
Abelardo nacía en el año 1079 y Eloisa 22 años más tarde, en el año 1101. Su historia de amor no ha dejado indiferentes a los que la conocen, la mayor parte (siempre hay excepciones), conmovidos por ella. Un amor trágico, al más puro estilo del Romanticismo, que los últimos 25 años transcurre en dos monasterios diferentes, sin verse y sin embargo sin dejar de amarse un solo instante.
Dos personas, filósofa y filósofo, que escriben sus almas en sus cartas de amor.
Antes de nacer ella, con 18 años, Abelardo ya había encontrado su camino en la Filosofía y la Lógica, de cuyas artes se le considerará un genio, llegando a contradecir y vencer a sus propios maestros. Su propia escuela llegó a tener mas de cinco mil alumnos entre los que destacan un Papa (Celestino II), 19 Cardenales, más de cincuenta Obispos y Arzobispos franceses, ingleses y alemanes.
En esa primera etapa de gloria conoce a Fulberto, Canónigo de la Catedral de París, quien le encarga la educación como preceptor y maestro de su sobrina Eloisa, una culta y bella joven de dieciséis años que, tras la muerte de sus padres, estaba en su tutela.
Años 1117 a 1119, los años más felices de su vida, ella 16-18 años, él 38-40, y también el comienzo de su calvario.
Abelardo y su alumna Eloísa pintados por E. B. Leighton en 1882 en un claustro anacrónico. Eloísa lleva una cotte hardie, ropa muy ajustada para no esconder su feminidad típica de la corte merovincia. Para las hijas de Carlomagno, era una manera de mostrar la superioridad de su belleza y fecundidad de jóvenes princesas, sobre las viejas reinas, marcando fuertemente su cintura.
Abelardo pronto ve a Eloisa con deseo y amor y hace lo imposible por convivir el mayor tiempo posible con ella dándoles clases en su propia casa donde conviven. La admiración intelectual de Eloisa esos años, se transforma muy pronto en amor y pasión de la misma forma, de una forma secreta entre ambos. Esos días escribía en su obra autobiográfica:
«…Los libros permanecían abiertos, pero el amor más que la lectura era el tema de nuestros diálogos, intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libros…»
Fruto de ese amor Eloisa queda embarazada y ambos son felices con el futuro que tienen por delante. Sin embargo, tras enterarse Fulberto, el tío de la chica, de ese secreto amor y del embarazo, entra en cólera y, aún aceptando el embarazo finalmente, la envía a Bretaña, a casa de una hermana, donde dio a luz un niño, aceptando y ordenando el casamiento de ambos.
Eloisa aseguraba que la concepción se había producido la tarde en que el temario de las clases señalaba el estudio del Astrolabio, por tal motivo, ese fue el nombre de su hijo. Reticentes ambos, sobre todo Eloisa, aceptó la boda pero, por su propio pensamiento y creyendo que casada interferiría en la vida intelectual de Abelardo tal y como se entendía en esa época, exigió mantenerla en secreto, aunque Fulberto se encargó de que la noticia corriera. Esto motivó grandes discusiones entre sobrina y tío tutelar, que degeneró incluso en malos tratos. Su hijo fue confiado a su hermana y más adelante a la protección de otro tío, Porcarius, canónigo en Nantes, posteriormente seguiría la carrera eclesiástica y sucedería a su tío.
Enterado de todo ello Abelardo “secuestró” a Eloisa y la refugió en un convento de Argenteuil, cerca de París. Fulberto, creyendo que Abelardo quería obligarla a hacerse monja para librarse de ella, juró vengarse. Dicho y hecho: sobornó a un criado del filósofo para que les franquease el paso, y una noche, entrando con un cirujano y algunos sayones en el cuarto de Abelardo, entre todos lo castran huyendo a continuación. Fueron detenidos todos y el castigo fue el mismo para los autores: igual mutilación y además la pérdida de los ojos, excepto a Fulberto que fue desterrado y desprovisto de todos sus bienes.
La tumba de Abelardo y Eloisa. Cementerio de Pere Lachaise, Paris
Era el año 1118. La vida de Abelardo y Eloisa cambió por completo. Él, abatido por no poder amar a Eloisa como quisiera, trata de dedicarse en cuerpo y alma al conocimiento. Ambos decidieron apartarse de la vida mundana: Eloisa profesó de monja en el convento de Argenteuil más por él que por ella ya que no tenía vocación alguna; y él, no pudiendo ser canónigo, entró como fraile en el Monasterio de San Dionisio. A partir de ese momento nunca más volvieron a verse.
Al principio no había contacto entre ambos, pero años después Abelardo le hace llegar una carta donde le explica su intenso amor nunca marchitado. Eloisa le responde teniendo palabras únicamente para él y recriminando tímidamente que la haya dejado sin tener más noticias suyas.
En algunas de las cartas ambos se declaran culpables creyendo que su estado actual es un castigo divino por los pecados de carne cometidos antes del matrimonio:
Él: “¿para qué recordar nuestras antiguas manchas y las fornicaciones que precedieron al matrimonio?”
Ella: “Largo tiempo sometida a las voluptuosidades de la carne, merezco lo que sufro hoy; mi dolor es la justa consecuencia de mis faltas pasadas. Nada termina mal, que no haya sido malo al principio.” “la vergüenza de nuestras fornicaciones, la cólera del Señor se abatió pesadamente sobre nosotros.”
Sí, en las cartas se puede ver mucho del vasallaje de las mujeres respecto a los hombres, de todos frente a Dios….., pero no podemos olvidar que estamos en la Alta Edad Media y por ello estas circunstancias no empañan la historia de amor que algunas personas tratan de minimizar haciendo ver que, tras la castración, el ego de Abelardo apartó a Eloisa de su vida mientras que ella se alejaba del mundo y se enclaustraba por él.
Sin embargo, Eloisa, con ese carácter de oposición a todo convencionalismo que mostraba siempre, nunca dejó de luchar y mantuvo toda la vida esa esperanza de reencuentro que no se produjo hasta la muerte de ambos. Para ella su vida comenzó “cuando le conoció, marchitándose en el momento de separarse”. En sus maravillosas cartas posteriores, (el único vínculo entre ellos), fuera de toda duda y remordimientos ella lo dejaba claro ya:
…"Para hacer la fortuna de mí la más miserable de las mujeres, me hizo primero la más feliz, de manera que al pensar lo mucho que había perdido fuera presa de tantos y tan graves lamentos cuanto mayores eran mis daños" […]
“Tú pudiste resignarte a la cruel desgracia, incluso llegaste a considerarla un castigo al que te habías hecho acreedor por transgredir las normas. ¡Yo, no!, ¡No he pecado! solo amo con ardor desesperado; cada día aumenta mi rebeldía contra el mundo y crece más mi angustia. ¡Nunca dejaré de amarte!. ¡Jamás perdonaré a mi tío, ni a la iglesia, ni a Dios, por la cruel mutilación que nos ha robado la felicidad!
Pero, ¿qué puedo esperar yo, si te pierdo a ti? ¿Qué ganas voy a tener yo de seguir en esta peregrinación en que no tengo más remedio que tú mismo y en ti mismo nada más que saber que vives, prescindiendo de los demás placeres en ti -de cuya presencia no me es dado gozar- y que de alguna forma pudiera devolverme a mí misma?" […]
Eloisa, cuando conoció la muerte de Abelardo en 1142 consigue, por medio de un buen amigo de Abelardo, Pedro el Venerable, abad de Cluny, que sus restos sean trasladados desde Chalons al Parácleto, una especie de monasterio con vocación pedagógica fundado por Abelardo, donde Eloisa le da sepultura.
22 años después, en 1164 moría Eloisa y ella misma dispuso ser enterrada “en el mismo sepulcro de su enamorado, plantando a continuación un rosal sobre la tierra que los recubrirá”. Por fin yacen juntos.
Cuenta la leyenda que cuando abrieron la tumba de Abelardo para depositar junto a él el cuerpo de su amada Eloísa, éste abrió los brazos para recibirla quedando abrazados en la muerte como no pudieron estarlo en la vida.
El Epitafio del cenotafio de Abelardo y Eloísa en el Paracleto rezaba así:
Aquí, bajo la misma losa, descansan
el fundador de este Monasterio:
Pedro Abelardo
y la primera Abadesa, Eloísa,
unidos otro tiempo por el estudio, el talento,
el amor, un himeneo desgraciado,
y la penitencia.
En la actualidad, esperamos, que una felicidad
eterna los tenga juntos.
El busto bifronte de la Prudencia. Una de las secciones del conjunto escultórico de la Tumba de Francisco II de Bretaña. Jean Perréal, Michel Colombe. Ubicación: Nantes, Francia