En su viaje a través del Infierno, Dante Alighieri, guiado por el poeta romano Virgilio, se adentró en las profundidades de los reinos infernales. Cada círculo del Infierno revelaba un nuevo y escalofriante castigo, pero fue el Segundo Círculo, reservado para los lujuriosos, el que dejó una impresión indeleble en su alma. Tras atravesar el Limbo, donde residían los no bautizados y los virtuosos paganos, Dante y Virgilio llegaron al Segundo Círculo del Infierno.

Este círculo estaba custodiado por Minos, el temible juez de los condenados. Minos, con su cola monstruosa, determinaba el destino de las almas, envolviendo su cola tantas veces como el número del círculo al que debía enviar al pecador. Ante su trono, cada alma confesaba sus pecados, y Minos, con un giro de su cola, la lanzaba al círculo correspondiente.

En el Segundo Círculo, Dante se encontró con un viento violento y continuo que arrastraba a las almas en un torbellino perpetuo. Estas almas eran las de los que sucumbieron a la lujuria y el deseo en vida, y su castigo era ser llevadas sin descanso por el viento, simbolizando la tormenta de pasión que las dominó. Las almas se golpeaban unas con otras, sin encontrar nunca paz ni consuelo.

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Entre las almas torturadas, Dante reconoció a varias figuras legendarias cuyas historias de amor prohibido habían trascendido el tiempo. Vio a Semíramis, la reina de Asiria, conocida por su desenfrenada lujuria; Cleopatra, la reina de Egipto, cuya pasión por Antonio y Julio César la llevó a la ruina; y Tristán, el caballero que amó a Isolda con una intensidad condenada.

Dante centró su atención en dos almas que volaban unidas, inseparables en su sufrimiento. Eran Paolo y Francesca, dos amantes cuyo amor prohibido los había condenado a este tormento eterno. Francesca, nacida en Rávena, había sido casada con un hombre a quien no amaba. Se enamoró de Paolo, el hermano de su esposo, y su pasión los llevó a la perdición. Un día, mientras leían la historia de Lanzarote y Ginebra, sus deseos se desbordaron y se besaron, sellando así su destino. Descubiertos por el esposo de Francesca, fueron asesinados y condenados al Infierno.

Además de Paolo y Francesca, Dante observó a muchas otras almas unidas por el mismo destino trágico. Helena de Troya y Paris, cuyo amor prohibido desencadenó la guerra de Troya, volaban juntos en el torbellino. Dido, la reina de Cartago, que se entregó a Eneas y traicionó a su pueblo, también estaba allí. Su amor, que en vida parecía tan poderoso, ahora los condenaba a una eternidad de tormento.

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Mientras avanzaban por el círculo, Dante reflexionaba sobre el poder del amor, tanto para elevar como para destruir. En el Infierno, el amor mal dirigido había conducido a estas almas a la eterna perdición. Sin embargo, la presencia de compasión y humanidad en su sufrimiento revelaba la complejidad de la naturaleza humana. El amor es una fuerza poderosa, capaz de inspirar grandes hazañas y sacrificios, pero también de arrastrar a las almas a las profundidades de la desesperación.

El Segundo Círculo del Infierno dejó una profunda impresión en Dante. Comprendió que el amor, aunque hermoso y poderoso, debe ser guiado por la razón y la virtud. Los amantes que encontró en este círculo no eran monstruos; eran seres humanos que habían sucumbido a sus deseos más básicos. A través de su tormento, Dante vio la importancia de la moderación y el autocontrol en la vida.

La vida de un mortal está marcada por el ciclo del día y la noche, y así también la lujuria sigue su ciclo en el Infierno. Cada atardecer, el viento infernal arremolina a las almas, y cada amanecer, el tormento continúa sin cesar. Este castigo simboliza la incesante tormenta de pasión que dominó a estas almas en vida, reflejando la naturaleza interminable de sus deseos prohibidos.

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Aunque el castigo de los amantes prohibidos es severo, hay una lección de esperanza. El amor verdadero, guiado por la virtud y la razón, puede ser una fuerza redentora. Al aprender de los errores de aquellos que sufren en el Infierno, podemos aspirar a un amor más puro y elevado, uno que nos eleve y no nos arrastre a las profundidades.

Después de haber presenciado y comprendido el destino de los amantes prohibidos, Dante y Virgilio continuaron su descenso. Cada círculo del Infierno revelaba nuevas formas de sufrimiento y nuevos tipos de pecados, pero el recuerdo del Segundo Círculo permaneció con Dante. Fue un recordatorio de la fragilidad de la naturaleza humana y de cómo el amor, una fuerza tan fundamental, podía llevar tanto al éxtasis como a la perdición.

El viaje de Dante a través del Infierno le enseñó muchas cosas, pero la visión del Segundo Círculo dejó una impresión indeleble en su alma. Entendió que el amor, aunque poderoso y hermoso, debe ser guiado por la razón y la virtud. Los amantes que encontró en el Segundo Círculo no eran monstruos; eran seres humanos que habían sucumbido a sus deseos más básicos, permitiendo que su pasión los llevara a la ruina.

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El amor verdadero, guiado por la virtud y la razón, puede ser una fuerza redentora. Al aprender de los errores de aquellos que sufren en el Infierno, podemos aspirar a un amor más puro y elevado, uno que nos eleve y no nos arrastre a las profundidades. Que el viaje de Dante sea una advertencia y una guía, para que podamos buscar y encontrar un amor que nos eleve hacia la luz, en lugar de hundirnos en las sombras.

El Segundo Círculo del Infierno nos recuerda que el amor, aunque poderoso, debe ser manejado con sabiduría. Dante, a través de su viaje, nos muestra que incluso en los lugares más oscuros, hay lecciones que aprender y esperanza que encontrar. Que los mortales sigan soñando y amando, guiados siempre por la razón y la virtud, para evitar el destino de los amantes prohibidos que vagan eternamente en el viento infernal.

La obra que acompaña este relato, es sin duda alguna una de las más bellas composiciones de Auguste Rodin: ambos cuerpos tensos se han reunido con una perfecta fluidez. Este tema, dos veces presente en La Puerta del Infierno, la monumental obra del artista y que ya hemos publicado anteriormente en La Vida es Arte, fue mostrado sólo a partir de 1887 bajo diversos títulos: Le Rêve (El Sueño), Le Sphinx o La Sphinge (La Esfinge) que traducen bien sus estrechas relaciones con la estética simbolista de la mujer fatal.

Dante Alighieri describe en el segundo círculo del Infierno el errar sin fin de las parejas unidas por un amor prohibido, a lo que Rodin añade la inspiración de Baudelaire. El hombre y la mujer no desempeñan el mismo papel: la belleza y la sensualidad de la tentadora, arrastran al hombre hacia su caída, como en tantas otras historias. Bah como en la vida misma ja ja.

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La Obra

Fugit Amor
Auguste Rodin
1885
Mármol
Dimensiones 51 x 72 x 38 cm