Era un día soleado en los vastos campos de la Tierra, donde florecía una naturaleza exuberante bajo el cálido abrazo del sol. Yo, Perséfone, me deleitaba recogiendo flores en un prado hermoso. A mi alrededor, la vida parecía cantar con la armonía del mundo: los pájaros trinaban melodías alegres, las mariposas danzaban sobre las flores y una brisa suave acariciaba mi rostro. No sabía entonces que ese día cambiaría mi vida para siempre. Crecí en el regazo de mi madre, Deméter, la diosa de la cosecha y la fertilidad. Ella me protegía con un amor inmenso, asegurándose de que viviera en un entorno lleno de belleza y seguridad. Nuestra conexión con la naturaleza era profunda; todo lo que mi madre tocaba florecía y prosperaba. Yo heredé su amor por la tierra y sus criaturas, y pasaba mis días explorando bosques y campos, sintiéndome una con el mundo que mi madre cuidaba con tanto esmero.

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Sin embargo, había fuerzas más allá de nuestra comprensión y control. Mientras recogía flores, un narciso de belleza inusual llamó mi atención. Su resplandor era tan hipnótico que no pude resistir acercarme para arrancarlo. Fue entonces cuando el suelo bajo mis pies comenzó a temblar y, antes de poder reaccionar, una grieta se abrió en la tierra, liberando una luz cegadora.
Del abismo emergió Hades, el dios del inframundo, con una mirada decidida y poderosa. Me encontraba paralizada por el miedo y la sorpresa. En un abrir y cerrar de ojos, me vi arrastrada hacia su carro, tirado por corceles negros como la noche. Intenté gritar, pero el sonido de mi voz fue ahogado por el estruendo de la tierra que se cerraba sobre nosotros. Descendimos rápidamente al inframundo, dejando atrás la luz del día y el mundo que conocía.

El inframundo era un lugar de sombras y misterio, donde el sol no alcanzaba y los ríos oscuros marcaban el paisaje. A pesar de su apariencia sombría, había una belleza extraña en su desolación. Hades, aunque temido por muchos, no me trató con crueldad. Me llevó a su palacio y, con una mezcla de respeto y firmeza, me informó que yo, Perséfone, sería su reina.

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Al principio, la desesperación me consumía. Anhelaba el aire libre, la luz del sol, y sobre todo, a mi madre. No podía imaginar vivir en este reino de sombras, alejada de todo lo que amaba. Sin embargo, con el tiempo, comencé a percibir matices en mi situación. Hades, aunque distante, mostró una faceta más comprensiva de su naturaleza. Me ofreció un trono a su lado y joyas hechas de las más raras gemas del inframundo. Pero lo más importante, me dio la libertad de moverme a voluntad por su reino.

Mientras tanto, en la superficie, mi madre Deméter estaba destrozada por mi desaparición. Viajó por el mundo, buscándome sin descanso, dejando de lado sus deberes divinos. Sin su toque, la tierra comenzó a marchitarse. Las cosechas fallaban, el frío se extendía y la humanidad sufría. Los dioses del Olimpo observaban con preocupación, viendo cómo la desesperación de Deméter amenazaba con llevar al mundo a un invierno eterno.

Finalmente, la situación se volvió insostenible y Zeus, el rey de los dioses, decidió intervenir. Envió a Hermes, el mensajero divino, al inframundo para negociar mi regreso. Al llegar, Hermes transmitió el mensaje de Zeus y la súplica de mi madre. Hades, reconociendo la gravedad de la situación, accedió a dejarme ir, pero no sin antes ofrecerme una semilla de granada.

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El significado de este acto se me escapó en ese momento, pero acepté la semilla y la comí. Hermes y yo partimos inmediatamente hacia la superficie. Mi corazón latía con esperanza y miedo, anhelando reunirme con mi madre y al mismo tiempo temiendo lo que podría venir.
Al reencontrarme con Deméter, la alegría y el alivio nos envolvieron. Sin embargo, el regreso no sería sencillo. Hades había colocado una condición en mi regreso al mundo superior. Al haber comido la semilla de granada, estaba ligada al inframundo. Por cada semilla que había consumido, debería pasar una parte del año en el reino de las sombras como su reina.
Así, se acordó que pasaría una tercera parte del año en el inframundo junto a Hades y el resto con mi madre en la superficie. Este ciclo dio origen a las estaciones. Durante mi tiempo en el inframundo, la tristeza de mi madre cubre la tierra, trayendo el otoño y el invierno. Cuando regreso, su alegría revitaliza el mundo, dando paso a la primavera y el verano.

Con el tiempo, aprendí a aceptar mi papel dual. En el inframundo, me convertí en una reina justa y sabia, cuidando de las almas y aportando un toque de vida en ese reino sombrío. En la superficie, continuaba siendo la hija amada de Deméter, disfrutando de la luz del sol y la belleza de la naturaleza.
Esta experiencia me enseñó sobre el equilibrio y la dualidad de la vida. Aunque mi destino me llevó a lugares oscuros, encontré luz y propósito en ambos mundos. Aprendí que la vida está llena de cambios y ciclos, y que en cada estación, ya sea de oscuridad o de luz, hay belleza y significado.
Así, mi historia se convirtió en una de transformación y aceptación, de aprender a encontrar fuerza en la adversidad y de descubrir que, incluso en los lugares más inesperados, puede surgir la vida y la esperanza.

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LA OBRA

El Rapto De Proserpina
Gian Lorenzo Bernini
(1622)