Me nombraron Dido, y fui la reina de Cartago, una ciudad que yo misma fundé en las tierras de África. Mi historia comienza en Tiro, una antigua ciudad fenicia, donde nací como hija del rey Belo. Mi vida cambió drásticamente cuando mi hermano, Pigmalión, ascendió al trono tras la muerte de nuestro padre. Pigmalión era un hombre avaricioso y cruel, cuya codicia no conocía límites. Yo estaba casada con Siqueo, un sacerdote de Hércules, hombre bondadoso y justo.

Sin embargo, mi felicidad se truncó cuando Pigmalión, cegado por su deseo de riquezas, asesinó a mi amado esposo para apoderarse de su fortuna. Fue un golpe devastador. La sombra de la desesperación me envolvió, y me di cuenta de que mi vida en Tiro ya no era segura.

Movida por la urgencia y la astucia, conseguí salvar parte de las riquezas de Siqueo, que mi esposo había ocultado sabiamente. Con la ayuda de algunos leales seguidores, planeé mi huida.

Abandonamos Tiro en secreto y navegamos durante semanas, desafiando los peligros del mar. Finalmente, llegamos a las costas de África, donde hallamos un lugar propicio para establecer una nueva ciudad. Aquí comenzó la historia de Cartago. Con el oro que había traído de Tiro, compré una porción de tierra tan grande como pudiera abarcar una piel de buey. Con ingenio, corté la piel en finísimas tiras, extendiéndolas alrededor de un gran terreno donde se erigiría mi nueva ciudad. Así nació Cartago, un próspero centro de comercio y cultura. La paz y el éxito de mi reinado no duraron mucho.

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El destino quiso que el héroe troyano Eneas, tras huir de la destrucción de Troya, arribara a nuestras costas. Eneas era un hombre de gran porte y nobleza, destinado a grandes hazañas, según los dioses. Cuando lo vi, mi corazón, que creía haber sellado para siempre, volvió a latir con fuerza. La atracción entre nosotros fue inevitable, y pronto nos encontramos envueltos en un romance apasionado.

Durante un tiempo, viví en una ilusión de amor y felicidad. Sin embargo, los dioses tenían otros planes para Eneas. Júpiter, el padre de los dioses, envió a Mercurio con un mensaje: Eneas debía partir para cumplir su destino de fundar una nueva Troya en Italia. Eneas, dividido entre su deber y su amor por mí, finalmente eligió obedecer a los dioses. Me dejó sola y desconsolada, con el corazón roto y una ciudad que parecía ahora más vacía que nunca.

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La desesperación se apoderó de mí. Incapaz de soportar la pérdida y el dolor, decidí poner fin a mi vida. Construí una pira funeraria en mi palacio, bajo el pretexto de realizar rituales para purificarme de mi amor perdido. En lo alto de la pira, encendí el fuego y, con la espada de Eneas en mi mano, me quité la vida. Mi último suspiro fue un grito de amor y de maldición hacia el hombre que me había abandonado.Mi muerte no fue el final de mi sufrimiento.

En el Más Allá, me encontré en el segundo círculo del Infierno, el lugar reservado para los que se dejaron llevar por la lujuria. Dante Alighieri, el poeta florentino, me encontró allí durante su viaje por el Infierno, guiado por Virgilio. Él me describió como un espíritu atormentado, arrastrada por vientos furiosos, junto a otros famosos amantes de la historia, como Cleopatra y Helena de Troya.

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El castigo en este círculo es una tormenta eterna que simboliza la naturaleza incontrolable y caótica de la lujuria. Aquí, las almas somos arrojadas de un lado a otro, sin descanso ni refugio. La pasión que una vez nos consumió en vida ahora nos condena a una existencia perpetua de turbulencia y sufrimiento.Dante, al verme, reconoció mi historia y me dirigió unas palabras llenas de compasión. Pero mi espíritu estaba demasiado atrapado en la tormenta de mis propios remordimientos y recuerdos. Cartago, mi amado Eneas, mi fatídico destino... Todo se mezclaba en un torbellino de dolor y arrepentimiento. Así paso la eternidad, castigada no solo por mis acciones, sino también por las decisiones y caprichos de los dioses que manipularon mi destino.

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Reflexionando sobre mi vida y mi muerte, me doy cuenta de que mi tragedia no fue solo producto de mi amor por Eneas, sino también de mi propia debilidad al no poder superar la desesperación. Si tan solo hubiera encontrado la fuerza para seguir adelante, quizás mi historia habría sido diferente. Pero así son los destinos de los mortales, tan frágiles y fácilmente moldeados por las emociones y las circunstancias.Mi historia, contada a través de los siglos, sigue siendo un recordatorio de los peligros del amor apasionado y la vulnerabilidad humana frente a las fuerzas del destino y la voluntad de los dioses. En el segundo círculo del Infierno, junto a otros amantes desgraciados, sigo siendo un testimonio eterno de una reina que lo perdió todo por amor.

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LA OBRA

La muerte de Dido
Agustín Cayot
1711
Dimensiones ancho: 55 cm; profundidad: 59 cm
Colección Museo Louvre