Aquel día, sin embargo, algo diferente estaba en el aire. Había rumores y susurros por doquier. La noble Lady Godiva, la esposa del conde Leofric, estaba planeando algo increíble. Su fama de ser una mujer justa y compasiva era conocida por todos, y yo, como muchos en el pueblo, la admiraba profundamente.
Se decía que había convencido a su esposo para reducir los impuestos exorbitantes que asfixiaban a la gente de Coventry, pero la condición impuesta por Leofric era algo inaudito: debía recorrer las calles desnuda, montada a caballo.
La idea de que una noble dama como Godiva se expusiera de tal manera era impensable, y al principio, muchos creíamos que nunca lo haría. Pero Lady Godiva era diferente. Su amor por el pueblo superaba cualquier preocupación por su propia dignidad. Así que, mientras el día avanzaba, quedó claro que ella cumpliría con su promesa.
Los rumores se confirmaron cuando los heraldos del castillo comenzaron a recorrer las calles, pidiendo a todos los ciudadanos que se encerraran en sus casas y cerraran las ventanas. Era un acto de respeto hacia Lady Godiva, para que pudiera cumplir su promesa sin la humillación de ser vista. La mayoría de la gente, respetuosa y agradecida por su sacrificio, obedeció de inmediato.
Pero yo, no pude resistir la tentación. Mi curiosidad era un demonio insaciable, y la idea de ver con mis propios ojos a Lady Godiva realizando tal hazaña era demasiado poderosa. Así que, cuando llegó el momento, me aseguré de tener un lugar desde donde pudiera observar. Me escondí en una pequeña buhardilla con una rendija que daba a la calle principal, una vista perfecta para mi indiscreción.
El sol estaba en su punto más alto cuando escuché el sonido de los cascos de un caballo resonando por las calles desiertas. Mi corazón latía con fuerza mientras me asomaba por la rendija. Y allí, en medio de la calle, montada en su caballo blanco, estaba Lady Godiva. Su largo cabello dorado caía en cascada sobre su cuerpo, cubriéndola con una gracia y modestia que solo podía venir de una mujer tan noble y valiente como ella. Era una visión impresionante, una mezcla de vulnerabilidad y fuerza.
A medida que avanzaba, podía ver la determinación en su rostro, la resolución de alguien que sabía que estaba haciendo un sacrificio importante. Cada paso del caballo era un testimonio de su coraje y su amor por el pueblo. No pude apartar la vista, cautivado por la magnitud de su acto.
Pero, como la leyenda cuenta, mis acciones tuvieron consecuencias. Mientras observaba a Lady Godiva, sentí una extraña sensación en mis ojos. Un ardor que se intensificaba con cada segundo que pasaba. De repente, todo se volvió oscuro. Intenté parpadear, pero no sirvió de nada. Había quedado ciego. La maldición de mi curiosidad me había alcanzado, y me vi castigado por mi indiscreción.
La noticia de mi ceguera se esparció rápidamente por Coventry. La gente hablaba de cómo Peeping Tom había sido castigado por desobedecer la petición de Lady Godiva y espiar su acto de valentía. A pesar de mi ceguera, la admiración por ella creció aún más en mí. Su sacrificio no solo liberó al pueblo de los impuestos opresivos, sino que también me enseñó una lección sobre el respeto y la privacidad.
La historia de Lady Godiva y mi indiscreción se convirtió en leyenda. La noble dama que cabalgó desnuda por las calles de Coventry para salvar a su gente y el hombre curioso que fue castigado por espiarla. Con el tiempo, mi ceguera me hizo reflexionar sobre mi vida y mis acciones. La curiosidad que me había llevado a la ceguera también me impulsó a encontrar nuevas formas de ver el mundo, no con los ojos, sino con el corazón y la mente.
Lady Godiva continuó siendo una figura venerada en Coventry, y cada año, su valentía y sacrificio se celebraban en desfiles y festivales. Yo, por mi parte, acepté mi destino y aprendí a vivir con las consecuencias de mis acciones. La historia quedó grabada en la memoria colectiva como un recordatorio de la nobleza de espíritu y el precio de la curiosidad desmedida.
LA OBRA
John Thomas
1860
Museo de Maidstone
Kent, Reino Unido