Mi nombre es Dafne, hija del río Peneo, una ninfa cuya vida se vio trastornada por el deseo no deseado de un dios. Vivía felizmente en los bosques, disfrutando de la libertad y la naturaleza. Siempre había sido una criatura de independencia, dedicando mi vida a la caza y a la compañía de Artemisa, la diosa de la caza. Mi corazón estaba decidido a permanecer libre de las ataduras del amor, y le había jurado a Artemisa que jamás me casaría.
Un día, el dios Apolo, embriagado por su propio orgullo y recientemente victorioso sobre la serpiente Pitón, se encontró con Eros, el dios del amor. Apolo, en su arrogancia, se burló de Eros y de sus flechas, diciendo que sus propios logros eran mucho más grandiosos. Herido en su orgullo, Eros decidió darle una lección a Apolo y tomó dos flechas: una de oro, que provoca amor, y otra de plomo, que causa rechazo. Con un disparo certero, Eros lanzó la flecha de oro al corazón de Apolo y la de plomo al mío.
Desde ese momento, la paz que había conocido se desvaneció. Mi corazón, que hasta entonces había sido libre y despreocupado, se llenó de una repulsión inexplicable hacia el amor. Cada día me encontraba más ansiosa, sintiendo una creciente necesidad de alejarme de cualquier hombre que se acercara. Aunque no entendía del todo lo que me sucedía, sabía que mi destino estaba sellado por un capricho divino.
Mientras tanto, Apolo, consumido por un amor insaciable, comenzó a seguirme. Su deseo ardía con una intensidad que lo cegaba, incapaz de ver mi angustia y mi desesperación. Una tarde, mientras disfrutaba de la tranquilidad del bosque, lo vi aparecer a lo lejos. Su mirada estaba fija en mí, y pude ver el brillo febril de su deseo. Sentí un nudo en el estómago y el pánico comenzó a apoderarse de mí.
Sin previo aviso, Apolo comenzó a correr hacia mí. Mis piernas se movieron por instinto, impulsadas por el miedo. Corrí tan rápido como pude, pero el sonido de sus pasos se acercaba cada vez más. La desesperación me invadió; cada latido de mi corazón era un grito de auxilio que resonaba en mis oídos. Grité a mi padre, Peneo, el dios del río, pidiendo ayuda. Mis palabras fueron un eco desesperado en el bosque: "¡Padre, ayúdame! ¡Transfórmame, destruye esta forma que tan amada ha sido, pero que ahora es una maldición!"
Sentí cómo mi cuerpo comenzaba a cambiar. Mis extremidades se entumecieron y mis movimientos se hicieron torpes. Mi piel se endureció y se cubrió de una corteza áspera. Mis brazos se alzaron al cielo, extendiéndose y convirtiéndose en ramas llenas de hojas. Mis pies se enraizaron en la tierra, y mi cabello se transformó en hojas que susurraban al viento. Mi respiración se convirtió en el murmullo del follaje, y mi corazón, aunque aún latía con angustia, se calmó al sentir la protección de la tierra.
Apolo llegó justo a tiempo para ver la culminación de mi transformación. Su rostro reflejaba una mezcla de asombro y dolor. Sus manos intentaron tocarme, pero solo encontraron la rugosidad de la corteza. Su amor no correspondido se convirtió en lamento. Con una voz rota, declaró su amor eterno y prometió honrarme siempre. Concedió a mi nuevo ser, el laurel, un lugar de honor. Desde entonces, las hojas de laurel coronan a los victoriosos y a los poetas, un recordatorio de su amor por mí.
Desde mi nueva forma, puedo sentir el mundo de una manera diferente. Ya no tengo la libertad de correr, pero mis raíces me conectan con la tierra y siento la vida fluir a través de mí. Sin embargo, la angustia de haber sido forzada a renunciar a mi vida y a mi cuerpo permanece en mi espíritu. Cada hoja que se agita en el viento es un suspiro de mi alma atrapada, cada raíz que se extiende en la tierra es un grito silencioso de mi deseo de libertad.
Apolo, en su intento de inmortalizarme, no pudo comprender el precio de su amor. No entendió que mi transformación no fue un acto de rendición, sino una necesidad desesperada de escapar de su obsesión. Aunque mi cuerpo se haya convertido en un árbol, mi espíritu aún anhela la libertad que una vez conocí. La inmortalidad que Apolo me otorgó es una jaula dorada, un eterno recordatorio de la angustia que su deseo provocó.
Ahora, en las noches tranquilas, cuando el viento sopla suavemente entre mis hojas, recuerdo los días en que corría libremente por el bosque, sin el peso del amor no deseado ni la sombra del miedo persiguiéndome. La luna, compañera silenciosa, parece entender mi tristeza. En su luz pálida, veo reflejada mi propia existencia, atrapada entre dos mundos: el de la ninfa que fui y el del laurel que soy ahora.
Aunque Apolo nunca dejó de honrarme y su amor por mí nunca disminuyó, su presencia es un recordatorio constante de mi pérdida. Sus susurros y sus ofrendas a mi árbol son cargas que no puedo rechazar ni aceptar completamente. Soy un símbolo de su devoción, pero también de su falta de comprensión y de su egoísmo.
Así, mi historia se entrelaza con la naturaleza, convirtiéndose en una leyenda contada por generaciones. Los vientos, los ríos y los árboles hablan de mí, de Dafne, la ninfa que prefirió convertirse en laurel antes que sucumbir al amor no deseado de un dios. En cada rincón del bosque, mi espíritu se siente, un eco de angustia y resiliencia.
Mi voz, aunque silenciada por la corteza, sigue viva en cada susurro de las hojas de laurel. Los poetas y los vencedores que llevan mi corona no conocen el precio de mi transformación, pero quizás, en sus momentos de gloria, sientan un poco de mi espíritu y comprendan que la verdadera libertad es la más preciada de todas las victorias.
El poeta latino Ovidio, versiona la historia de Dafne en el libro 1 de su poema épico de mitos de transformación, las Metamorfosis. Explica que el deseo de Apolo fue causado por Cupido, a quien Apolo había despreciado. En respuesta, Cupido le dispara a Apolo uno de sus dos tipos de flechas, la de oro, que causaba el amor y el deseo inmediatos, lo que hizo que sintiera una intensa pasión porDafne. Pero a ella, le disparo con otro tipo de flecha, la de plomo, que causaba el desprecio absoluto, asegurándose de que no le correspondiera a sus lujuriosas demandas.
La versión de Ovidio muestra a Dafne asustada, huyendo de su perseguidor con un lenguaje, que la describe como una liebre perseguida por un galgo. El miedo de Dafne a ser atrapada por Apolo, se evoca con un realismo dramático. Su transformación llega cuando ya no tiene fuerzas para correr. Con las fuerzas agotadas, palideciendo de miedo y, vencida por el esfuerzo de su frenética huida, ya contemplando las aguas de Peneo, grita: '¡traeme ayuda, padre, si tus aguas poseen poder divino! Cambiame y destruye esta hermosa figura por la que generé tanto deseo '.
Con su oración apenas terminada, un pesado sopor se apoderó de sus miembros, sus suaves pechos se cubrieron por una fina capa de corteza, su cabello creció como follaje, sus brazos se transformaron en ramas; sus pies, antes tan rápidos, se hundieron firmes en el suelo, pero Dafne no se salva de la lujuria de Apolo, después de su transformación, éste extiende la mano para tocar el tronco del árbol, que se aleja de él. En las líneas finales de este episodio, Ovidio revela lo que Apolo hace con las hojas de este árbol: están tejidas en una corona de laurel y alrededor de su carcaj y lira, para ser utilizadas en rituales realizados en su honor. Si bien Dafne se salva del abuso en su forma humana, sin embargo, es transformada por la fuerza en un objeto para la adoración de Apolo.
Desde la antigüedad, la historia de Dafne se ha vuelto a contar una y otra vez: pintada, esculpida, interpretada y analizada en distintas obras, Podemos contemplar a Dafne en todo tipo de poses en museos y galerías de toda Europa. La Galleria Borghese en Roma muestra a Dafne de Gian Lorenzo Bernini siendo capturada por Apolo en una maravillosa escultura de mármol de tamaño natural. Terminada en 1625, representa la gran determinación de Apolo cuando toma a la ninfa por la cintura con una mano, a pesar de ya está en proceso de convertirse en un árbol. Si bien el rostro deDafne es inquietantemente pacífico, replica el miedo que describe tan claramente el relato de Ovidio.