Ariadna estaba a cargo del laberinto que albergaba al Minotauro, una bestia feroz y con un carácter muy difícil. Atenas necesitaba sacrificar a siete hombres y siete mujeres, entre periodos de siete a nueve años, para evitar que el minotauro los atacara. Un peaje a cambio de paz. Un año, los pedidos por el minotauro incluyeron a Teseo, el hijo del rey Egeo.

Teseo que en un articulo anterior nos encontramos en otra historia, la del centauro, accedió a entrar en el laberinto, pero con la intención de matar a esta otra bestia y liberar a las otros elegidos para el sacrificio. Antes de entrar al laberinto, Ariadna que había puesto sus ojitos en el apuesto muchacho le entregó: una espada y un ovillo de hilo para ayudarlo a recorrer y luego encontrar la salida del laberinto al igual que las migas de pan en Hansel y Gretel. Hecha la presentación, desovillemos el tema.

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La historia del minotauro comienza con Minos, quien se convirtió en rey de Creta cuando Poseidón envió un gran toro blanco fuera del océano, como una señal de que Minos debería gobernar. Minos, había prometido sacrificar el toro a Poseidón, pero rompió su promesa cuando vio lo hermoso que era el toro, y en su lugar sacrificó un animal menor. Poseidón se dió cuenta de la jugada. ¡Para eso era un dios que tanto! Estaba furioso cuando Minos rompió su promesa, por lo que lo castigó haciendo que su reina, Pasifae, se enamorara del toro, pero la historia no terminó ahí, de esta unión nació el temible minotauro. Una monstruosa mezcla de hombre con cabeza de toro.
Minos, ordenó al gran arquitecto e ingeniero Dédalo que construyera el laberinto para albergar al Minotauro, no fuera a ser cosa, que se escapara. Una construcción de gran complejidad, de la que era muy difícil escapar, aún simplemente recorrerla. Se podría decir que entrabas si querias pero salías si podías.

Una vez adentro, cualquiera que accedía, estaba condenado a ser devorado por el Minotauro. Es así que los pobres diablos que ingresaban al laberinto, no la contaban.
Minos había conquistado recientemente Atenas, y exigió como tributo que cada año se le enviaran siete doncellas y siete jóvenes para ser sacrificados a la bestia laberíntica.
Teseo, era el hijo del rey Egeo de Atenas. La historia de Teseo, es larga y compleja, y ya la hemos contado en La Vida es Arte, Teseo es uno de los grandes héroes de la mitología griega, por lo que sólo nos adentraremos en la etapa que involucra el laberinto.

Nuestro heroe se ofreció para unirse al grupo de jóvenes que iban a ser sacrificados. No es que tuviera deseos de morir de una forma tan horrible. Tenía un plan B. Un plan que no fue pensado por él. Teseo, viajó a Creta y tan pronto como llegó, Ariadna, la hija del rey Minos, lo miró y de sus ojos surgieron chispas de amor, la chica se enamoró perdidamente de él, y se le ocurrió un plan para lograr lo que quería. Ella se ofreció a ayudarlo a conquistar el laberinto y matar al minotauro, claro, si se casaba con ella y se la llevaba lejos de Creta, así, ella se alejaba de su padre y se quedaba de paso con el muchachito. Una jugada magistral !
El acepto. Ariadna le dio el dichoso ovillo de hilo que desconocemos que color tenía, pero donde hay amor y deseo el rojo está presente. Así que, imaginemos que era rojo.
Teseo lo desenrolló con cuidado mientras penetraba en el laberinto, lo que le permitió encontrar, como ingeniosamente lo había planeado la princesa, el camino de regreso cumpliendo su peligrosa misión: Encontrar al minotauro en lo más profundo de los recovecos del laberinto, matarlo con su espada y recoger el hilo hasta la entrada, para llegar a su nuevo amor.

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Teseo, exitoso, se llevó a Ariadna lejos de Creta, como había prometido, pero ésta historia no tiene el ansiado, al menos para Ariadna, final feliz. El muchacho, parece que lo pensó mejor y rompió su promesa de casarse con ella, abandonándola mientras dormía en la playa de la isla de Naxos. Que feo, eso no se hace.
Ariadna, al descubrir la traición, primero enfurece y luego llora a mares hasta que no le quedan más lágrimas. Cuando pensaba que éste era el final de su historia, es descubierta por el dios Dioniso (Baco para los Romanos), el dios del vino, que venía vaya a saber de que juerga nocturna y muy probablemente, no es por ser chismoso, con un par de tragos de más como acostumbraba y al que cualquier tren lo llevaba a su destino. Dioniso, ve a la chica que está un poco tristona, y se enamora de ella, y muy poco después la toma por esposa.
A pesar de todos los pronósticos y malos antecedentes del dios de la juerga, fue el único marido entre los dioses griegos que permaneció fiel a su esposa. ¿Que tal? Esa no te la esperabas.

Pero, la historia no comienza ni termina con el Minotauro, sin embargo, la criatura está en el centro de la misma, como lo está en el corazón del laberinto. La primera interpretación de esta historia es que un monstruo debe ser asesinado como parte del viaje iniciático, en el camino a través del laberinto. Los monstruos son a menudo los guardianes del tesoro en todas las historias, y deben ser asesinados para obtener lo deseado. Este viaje por el laberinto es difícil, y cuanto más difícil sea el viaje, más y más complejos serán los obstáculos en su camino, más se transformará el iniciado, en este viaje de iniciación, permítanme la redundancia.
En nuestros laberintos internos, el Minotauro cumple un papel de guardián necesario; una parte de nosotros mismos, que necesita ser conquistada para ser descubierta. ¿Qué es aquello en nosotros que hay que matar antes que podamos dar vida a nuestro nuevo yo?
El papel que juega Ariadna en la historia es más relevante que el de Teseo, aunque éste se lleve los laureles de la victoria. La Princesa de Creta, usa las acciones de Teseo para dejar atrás su hogar y encontrar su lugar en la vida.

Se podría decir que si hay un verdadero héroe en esta historia es ella, no Teseo, y es a Ariadna a quien debemos la sabiduría del mito. Ella es la que elige a Teseo cuando llega a Creta, usándolo como una herramienta para escapar de la isla. Entregándole los elementos necesarios, la espada y el ovillo, para que pueda cumplir con su misión. Vemos este patrón en otros mitos griegos, donde es a través de la ayuda de una mujer que el héroe puede conseguir la victoria y escapar a la libertad, un buen ejemplo es la historia de Jason y Medea.
Ariadna logra cambiar su destino, y se convierte finalmente en la esposa de un dios. Ella es entonces, quién realmente derrota al laberinto; Teseo, es simplemente su medio para hacerlo. A simple vista, podemos ver en la historia, como si ella fuera la despreciada, abandonada por un hombre en quien había confiado, ayudado y amado. Pero su ovillo de hilo "rojo" es una excelente metáfora, que ilustra la intuición que la guía, para crear una solución tan simple al problema del laberinto.
Ariadna nos muestra como podemos usar nuestro propio hilo, para encontrar el camino al corazón de nuestro laberinto personal.

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Todas las culturas se han planteado, qué es aquello que gobierna el rumbo individual de cada hombre, y entre esas historias, muchas han concebido un hilo astronómico que predice sus caminos. Es el caso de las Moiras griegas, que sostienen un hilo de oro por cada hombre en la tierra y a su muerte lo cortan de un tajo, o en el hilo rojo, de la cábala, que conecta a los creyentes con la Tierra Santa de Jerusalén.
Es lógico pensar que si la vida se concibe como un gran texto, (textus en latín significa tejido o enlace), los hilos sean la materia prima del hombre para tejer sus propias vivencias.
Pero no perdamos el hilo, con tantas historias de hilos.
Como muchos saben, para los japoneses, las relaciones humanas están predestinadas por un hilo rojo que los dioses atan a los dedos meñiques de aquellos que se encontrarán en la vida. De acuerdo a la leyenda, las dos personas conectadas por este hilo tendrán una historia relevante, sin importar el lugar, el tiempo o las circunstancias.
El hilo rojo se puede enredar, contraer y estirar, como seguramente a menudo ocurre, (incluso en el laberinto del minotauro), pero nunca se puede romper.
De acuerdo a este mito, toda persona está atada por el meñique de un hilo rojo invisible, que lo conducirá hacia otra persona, con la que tiene un destino que cumplir.
Esta leyenda, se torna más profunda aún, cuando se conoce que la arteria cubital conecta el corazón con el dedo meñique, la razón por la que en tantas culturas se cierran promesas al entrelazar este dedo con el de otra persona. La delgada vena que va del corazón a la mano, se extiende por el mundo invisible, para terminar su curso en el corazón de alguna otra persona.

Pero a diferencia de otras supersticiones amorosas, la japonesa no se limita a la pareja, ni a una sola persona, a la que estemos destinados a encontrar. Habla de una suerte de ramificación arterial que surge de un dedo, hacia todos aquellos con los que haremos historia y todos aquellos a los que ayudaremos de una manera u otra. El mito del hilo rojo es una manera de entender nuestro itinerario de encuentros como una trama predeterminada donde las relaciones de todo tipo, no son parte del azar, sino que conforman el tejido de un tapiz escarlata cuyos hilos nos fueron dados al nacer y que nosotros mismos ejecutamos, siendo los tejedores y protagonistas de nuestro propio destino.
Así, la leyenda del hilo, nos dice que dentro del laberinto de encuentros e historias compartidas hay una senda prediseñada y perfecta, un hilo escarlata que, como el de Ariadna, que no tenemos muy claro de que color era, pero que lo imaginamos rojo, como la pasión que conecta nuestro destino, con otros hilos que a su vez, también habrán de conducir irremediablemente hasta nosotros.
En la obra, el artista sueco, toma un fragmento del mito de Ariadna, el que comienza a partir de su encuentro con Dioniso/Baco, su posterior boda y su final feliz, al que su propio hilo rojo, después de tantas vueltas, finalmente la llevó.

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LA OBRA

Baco y Ariadna
Johan Akerström
Retratista Sueco
Pintura de fecha desconocida
Medio óleo sobre lienzo
Dimensiones Altura: 173 x Ancho: 130 cm.
Colección Museo Nacional Estocolmo
Suecia