Soy Mirra, hija del rey Cíniras de Chipre y su esposa Cenchreis. Mi historia, marcada por el deseo prohibido y la retribución divina, es un testimonio del poder de los dioses y de los peligros de los deseos ocultos. Quisiera que mi relato sirva como advertencia y enseñanza. Desde pequeña, mi vida estuvo rodeada de lujo y belleza. Mi madre, Cenchreis, me decía constantemente que era hermosa, y me acostumbré a los halagos y la admiración.

Mi padre, Cíniras, era un rey justo y nuestro reino prosperaba bajo su gobierno. Sin embargo, nuestra felicidad atrajo la atención de los dioses, y una imprudente declaración de mi madre cambiaría nuestras vidas para siempre.

Todo comenzó durante un festival en honor a Afrodita, la diosa del amor y la belleza. Mi madre, en su orgullo, proclamó que yo era más hermosa que la misma Afrodita. Las palabras de mi madre, aunque nacidas de su amor por mí, ofendieron profundamente a la diosa. Afrodita, conocida por su vanidad y susceptibilidad, decidió vengarse.

Una noche, mientras dormía, fui invadida por un deseo inexplicable y antinatural. Sentí un anhelo ardiente por mi propio padre. Al principio, luché contra estos pensamientos oscuros y vergonzosos, horrorizada por lo que sentía. Pero el deseo implantado en mi corazón por Afrodita crecía cada día, consumiéndome lentamente.

Desesperada, busqué la ayuda de mi nodriza, una mujer sabia que había cuidado de mí desde la infancia. Entre lágrimas, le confesé mis sentimientos, esperando que pudiera ofrecerme una solución. Mi nodriza, horrorizada al principio, finalmente decidió ayudarme, conmovida por mi sufrimiento. Ideó un plan para satisfacer mi deseo sin revelar mi identidad.

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Era la época del festival de Deméter, y las mujeres casadas se abstendrían de dormir con sus esposos durante nueve noches. Mi nodriza se acercó a mi padre y le insinuó que una joven admiradora deseaba pasar la noche con él en secreto. Mi padre, sin sospechar la verdad, accedió.

La primera noche que me introdujeron en su habitación, el miedo y la vergüenza me embargaban, pero el deseo era más fuerte. En la oscuridad, nos unimos, y aunque me sentí aliviada, también sentí una profunda repulsión. Noche tras noche, continuamos estos encuentros clandestinos, siempre en la penumbra. Mi padre nunca sospechó, pues la habitación siempre permanecía oscura.

Sin embargo, los secretos no pueden mantenerse ocultos para siempre. Una noche, movido por la curiosidad y los rumores, mi padre encendió una lámpara para ver a su amante. Al descubrir la verdad, su horror y furia fueron indescriptibles. Gritó maldiciones y me persiguió con una espada en la mano, decidido a matarme por la abominación que habíamos cometido.

Corrí por mi vida, escapando de su ira y de mi propio destino. Huí al bosque, donde el dolor y la desesperación me consumieron. Clamé a los dioses, pidiendo liberación de mi tormento. La única respuesta que recibí fue de los dioses del Olimpo, quienes, compadeciéndose de mi sufrimiento, decidieron transformarme en un árbol, el árbol de la mirra.

Sentí mi cuerpo cambiar. Mis piernas se arraigaron en la tierra, mis brazos se extendieron y endurecieron, y mi piel se convirtió en corteza. A pesar de mi transformación, mi dolor no cesó. Las lágrimas seguían fluyendo de mí, ahora como resina aromática conocida como mirra. Esa resina era un símbolo de mi pena y arrepentimiento eternos.

Pero mi historia no terminó ahí. Dentro de mi tronco, llevaba a un hijo, fruto de la unión impía con mi padre. Después de meses, el niño finalmente nació del árbol. Fue el hermoso Adonis, un joven cuya belleza incomparable capturó la atención de Afrodita misma. La diosa del amor lo cuidó y lo amó, asegurándose de que tuviera una vida mejor que la mía.

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Yo, mientras tanto, permanecí en mi forma de árbol, mis lágrimas de mirra como testimonio eterno de mi dolor. Mi historia, contada a través de generaciones, es una advertencia sobre el poder de los dioses y los peligros de los deseos ocultos. Las personas que conocen mi historia aprenden a ser humildes y a respetar la voluntad divina.

En las estaciones que pasaron, sentí el cambio del clima, las caricias del viento y el calor del sol en mi corteza. Los hombres y mujeres que pasaban junto a mí escuchaban el susurro de las hojas, como si mi espíritu intentara comunicar mi historia a todos aquellos que estuvieran dispuestos a escuchar. A lo largo de los años, mi árbol se convirtió en un símbolo de arrepentimiento y belleza trágica.

Mi resina, la mirra, fue valorada por su fragancia y sus propiedades medicinales. Se utilizaba en rituales y ceremonias, convirtiéndose en un puente entre mi sufrimiento y la veneración de los dioses. Cada vez que alguien utilizaba la mirra, era como si una parte de mi historia se compartiera, un recordatorio de las consecuencias de ofender a los dioses y del dolor de los deseos prohibidos.

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Esta hermosa obra de Waterhouse, El despertar de Adonis, se pintó en 1899, pero no se terminó a tiempo para enviarlo a la Royal Academy ese año, por lo que se mantuvo en la exposición de verano de 1900. En esa ocasión fue reconocida como una de las obras más poderosas y características del artista y que tenía como objetivo, en palabras de un crítico, "representar las emociones apasionadas de una tragedia histórica de una manera sumamente dramática".

La pintura puede verse como parte de una serie de obras espectaculares y desafiantes de Waterhouse, cada una de las cuales muestra momentos de fatídico enfrentamiento entre los dioses y los mortales de la leyenda griega y romana, tres obras que ya hemos publicado en La Vida es Arte: Hylas y las Ninfas, Flora y Zephyr y cuadro Ninfas encontrando la cabeza de Orfeo.

LA OBRA

El despertar de Adonis
Artista: John William Waterhouse
Fecha entre 1899 y 1900
Medio: óleo sobre lienzo
Dimensiones: Altura: 95,9 cm; Ancho: 188 cm
Colección privada