Sin embargo, lo que muchos desconocen es que las plantas que protagonizan sus pinturas no eran simples flores compradas en un vivero, sino nenúfares que él mismo cultivaba en los estanques de su casa en Giverny, Francia.
Monet se mudó a Giverny en 1890, donde alquiló una casa que luego compraría. En este lugar, construyó un jardín que fue mucho más que una fuente de inspiración; fue su propio laboratorio botánico. Para embellecer su jardín acuático, Monet importó nenúfares de Egipto y América del Sur, una acción que desató la preocupación de las autoridades locales, quienes temían que estas especies invasoras alteraran el ecosistema del lugar. El pintor desobedeció las órdenes del consejo de eliminar las plantas, aferrándose a su visión, y de esa rebeldía surgieron las obras más célebres de su carrera.
El jardín de Giverny se convirtió en el epicentro de la vida de Monet, especialmente durante los últimos años de su vida. Fue en este jardín donde luchó contra la amenaza de la ceguera causada por las cataratas, pero su arte nunca se detuvo. Los nenúfares continuaron siendo su obsesión y, según él mismo expresó, los consideraba "paisajes acuáticos" que lo contenían todo en un solo insvtante.
La relación de Monet con los nenúfares puede encontrar paralelismos en la mitología, donde estas flores también ocupan un lugar simbólico. En la mitología griega, se cuenta la leyenda de Ninfea, una ninfa que se enamoró perdidamente después de ser alcanzada por una flecha de Cupido, destinada a la diosa Diana. Ninfea, en su desesperación, no pudo soportar el conflicto entre el deseo y su pureza, y finalmente se lanzó a las aguas, donde Diana la transformó en un nenúfar. Desde entonces, el nenúfar ha sido un símbolo de calma y relajación, sus propiedades medicinales son valoradas en infusiones que alivian el insomnio y tranquilizan el cuerpo y el alma.
Así como Ninfea encontró la paz en el agua, Monet encontró en su jardín acuático un refugio para su creatividad, donde las formas y colores de los nenúfares le permitieron explorar la interacción entre luz y agua. Sin embargo, la crítica de su época no siempre fue favorable. Durante años, sus series de nenúfares fueron vistas como caóticas y fruto de la visión borrosa provocada por su catarata, más que como una manifestación genuina de su genio artístico
Fue recién en la década de 1950, muchos años después de su muerte, que la obra de Monet fue revalorizada. El Museo de Arte Moderno de Nueva York adquirió una de sus pinturas de nenúfares en 1955, y desde entonces, estos cuadros han sido considerados icónicos dentro del arte impresionista. Irónicamente, lo que una vez fue considerado desordenado y confuso, hoy es visto como una de las representaciones más innovadoras de la luz y el color en la pintura moderna.
El final de la Primera Guerra Mundial también marcó un hito en la vida y obra de Monet. Para conmemorar el Armisticio de 1918, el artista ofreció un "monumento a la paz" en forma de un tríptico monumental de nenúfares, titulado Water Lilies (Lirios de agua). Esta obra, de 12 metros de longitud, invita al espectador a caminar a lo largo de sus paneles para apreciar la horizontalidad y el movimiento del agua. Es en esta interacción entre el observador y la pintura donde se revela la profundidad de la obra: una superficie aparentemente tranquila que esconde una complejidad infinita de reflejos y sombras.
A medida que nos movemos frente a esta pintura, parece que flotamos sobre el agua, descubriendo con cada paso cómo la luz se descompone en fragmentos brillantes y, al mismo tiempo, cómo la oscuridad del fondo del estanque nos invita a contemplar lo insondable. Las capas de significado en la serie de nenúfares de Monet son tan ricas como el propio jardín que las inspiró, reflejando tanto la serenidad de la naturaleza como el caos interno del artista.
Hoy en día, los nenúfares de Monet no solo son un testimonio de su habilidad técnica y su visión artística, sino también un símbolo de su resiliencia y pasión inquebrantable. Al visitar museos como el Museo de la Orangerie en París o el Museo de Arte Moderno en Nueva York, donde se exhiben sus más grandes obras, los espectadores no solo observan cuadros, sino el resultado de años de dedicación, lucha y amor por la naturaleza.
Entonces realizó, hacia el final de su vida, un mural de tres piezas o tríptico titulado Water Lilies (Lirios de Agua o Nenúfares) en técnica de óleo sobre tela. Cada uno de los tres segmentos mide 2 metros de alto por 4.2 de ancho. La obra en su totalidad tiene una longitud de 12 metros por lo que para apreciar la obra a detalle hay que caminar a su lado algunos pasos y así recorrer la marcada horizontalidad de su formato. A medida que nos movemos frente a este estanque, pareciera que estamos flotando encima de la superficie y es el movimiento el que nos permite ir descubriendo el misterio de las capas: lo que revelan y lo que cubren está en constante cambio según la posición del espectador, creando así en un sólo instante de observación, la paradoja de esta imagen: la luz y su reflejo fragmentado cientos de veces y la insospechada profunda oscuridad del estanque.
Los nenúfares, entonces, no son solo flores que flotan en un estanque; son la encarnación de la vida y la obra de un artista que, hasta el final de sus días, se dedicó a capturar el misterio y la belleza del mundo natural.
Las obras pertenecen a la serie Nenúfares de Monet.