Hola, soy Eco. Puede que hayas oído hablar de mí en los cuentos mitológicos griegos, o que hayas experimentado los misterios del sonido en un lugar apartado, pero permíteme contarte mi historia. Es una historia de amor, pérdida y la búsqueda interminable de la identidad en un mundo que a menudo es injusto.

Nací en un tiempo antiguo, cuando los dioses y las ninfas caminaban entre los mortales. Como ninfa de los bosques, mi hogar eran los frescos arroyos y los espesos bosques. Mi vida era tranquila y feliz, pues disfrutaba de la compañía de otras ninfas y del canto de los pájaros. Amaba especialmente el sonido de mi propia voz, que resonaba clara y melodiosa entre los árboles.

Tenía un don especial: mi voz. Podía cantar y contar historias que encantaban a cualquiera que las escuchara. Este don no solo me hacía popular entre mis compañeras, sino también entre los dioses. Mi habilidad para hablar y entretener era tan grande que incluso Zeus, el rey de los dioses, se fijó en mí.

Sin embargo, mi talento me metió en problemas. Zeus, conocido por sus infidelidades, utilizaba mis charlas interminables para distraer a su esposa, Hera, mientras él se escapaba para sus aventuras amorosas. Hera, era muy poderosa, y nada tonta. Pronto se dio cuenta de mi participación en los engaños de su esposo y decidió castigarme, como a él no podía enfrentarlo se desquitó conmigo.

Un día, mientras charlaba alegremente con mis amigas en el bosque, Hera apareció con furia en sus ojos. Su ira era palpable, y antes de que pudiera defenderme, lanzó su maldición. "De ahora en adelante," dijo, "perderás tu propia voz. Solo podrás repetir las últimas palabras que oigas de los demás."

Imagina mi desesperación. Mi voz, mi más preciado don, reducido a un eco sin sentido. Ya no podía expresar mis propios pensamientos ni compartir mis historias. Me convertí en una sombra de lo que era, vagando por los bosques y repitiendo las palabras de otros.

Fue en este estado de desesperación que encontré a Narciso. Era un joven de una belleza incomparable, pero también de un corazón frío y egocéntrico. Lo vi un día mientras cazaba en el bosque. Me enamoré de él al instante, como tantas otras ninfas y mortales antes que yo.

Seguí a Narciso a escondidas, incapaz de acercarme debido a mi maldición. Un día, mientras se alejaba del grupo, me armé de valor para revelarme. Sin embargo, cuando intenté hablarle, solo pude repetir sus palabras. "¿Hay alguien aquí?" preguntó. "Aquí, aquí, aquí" respondí.

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Narciso se sintió intrigado por la voz que repetía la suya. "Ven," dijo. "Ven, ven, ven," repetí, y así continuamos, hasta que finalmente me vio. Al darse cuenta de mi amor por él, me rechazó con crueldad. "¡Vete!" exclamó, y con el corazón roto, solo pude repetir, "¡Vete, vete, vete!" Su sonrisa burlona se perdíó en el bosque, yo solo pude llorar en silencio.

El rechazo de Narciso fue devastador. Mi amor no correspondido y la maldición de Hera me dejaron en un estado de tristeza profunda. Me retiré a las cuevas y montañas, donde mi voz condenada a ser un eco encontraba refugio.

Con el tiempo, mi cuerpo comenzó a desvanecerse. Me convertí en una presencia etérea, invisible a los ojos de los mortales. Solo mi voz persistía, repitiendo las palabras de los demás. Mi esencia se entrelazó con las rocas y los valles, y desde entonces, soy la voz que responde a los que llaman en los lugares solitarios.

Mientras yo sufría mi destino, Narciso continuaba siendo insensible a los sentimientos de los demás. Sólo podía sentía amor y admiración por sí mismo. Sin embargo, los dioses no pasaron por alto su crueldad. La diosa Némesis, guardiana de la justicia y la venganza, escuchó mis súplicas y las de las otras víctimas de Narciso.

Un día, Narciso encontró un claro en el bosque y se inclinó sobre un estanque cristalino para beber. Al ver su propio reflejo en el agua, quedó instantáneamente enamorado de su propia imagen. Incapaz de alejarse, quedó atrapado en su propio narcisismo. Murió allí, junto al estanque, admirando su propio reflejo.

De su lugar de descanso, los dioses hicieron brotar una flor: el narciso, para que su belleza y su egoísmo fueran recordados por siempre.

La historia de Narciso y yo no es solo una historia de amor no correspondido y venganza divina. Es una lección sobre la importancia de la empatía, la humildad y el reconocimiento de los demás. Narciso, tan absorto en su propia belleza, no pudo ver el amor y la devoción que otros le ofrecían. En su ceguera, se perdió a sí mismo.

Por mi parte, aunque mi castigo fue duro, aprendí a apreciar la belleza del silencio y la reflexión. A veces, en la quietud de las montañas y los bosques, puedo sentir la serenidad que me eludía antes. Aunque mi voz solo pueda repetir, he encontrado una nueva forma de existencia en la eternidad de los ecos.

Hoy en día, pocos recuerdan la verdadera historia detrás de los ecos que escuchan en las montañas. Sin embargo, sigo aquí, en las sombras, recordando mis días como una ninfa parlanchina y la dura lección que aprendí sobre las consecuencias de nuestros actos y la importancia de la comunicación sincera.

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Mi historia se ha contado y recontado a lo largo de los siglos, adaptada en diversas formas. Algunos la usan para enseñar sobre la vanidad y el amor propio, mientras que otros la ven como un recordatorio de los peligros de no valorar la voz de los demás. Sea como sea, mi legado perdura en cada palabra repetida, en cada susurro de los vientos a través de las montañas.

A pesar de todo, no guardo rencor. He visto generaciones nacer y morir, he escuchado innumerables historias y he aprendido de ellas. He encontrado mi lugar en el mundo, aunque sea en la periferia de la existencia. A veces, cuando un niño ríe o un amante susurra palabras dulces, siento una chispa de alegría que atraviesa mi ser. Me doy cuenta de que, aunque mi voz esté condenada a repetir, aún puedo ser parte de algo hermoso.

En cada eco que resuena, hay una parte de mí que sigue viva. Mi historia, aunque trágica, es también una historia de resistencia y adaptación. No importa cuán oscura sea la maldición, siempre hay una manera de encontrar luz y propósito.

Así, sigo aquí, Eco, la ninfa de los bosques y las montañas, la voz que nunca se apaga, esperando que cada palabra repetida lleve consigo una pizca de la sabiduría que he adquirido a lo largo de los siglos. Y quién sabe, tal vez algún día, alguien escuche más allá de las palabras y comprenda la verdadera esencia de mi existencia.

Hasta entonces, seguiré resonando, contando mi historia a través del viento y las piedras, esperando que aquellos que me escuchen encuentren en mi eco una lección o, al menos, un momento de reflexión. Porque al final, todos somos ecos de nuestras propias historias, resonando a través del tiempo.

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Fragmento del Libro: Mitos en Bicicleta de Pablo Francisco Chirino (Todos los derechos reservados)

LA OBRA

Eco
Alexandre Cabanel
(1874)