Me llamo Aimée Du Buc de Rivéry, y nací en Martinica en 1776. Puedo contar la historia de cómo una joven creció en una isla del Caribe y fue arrancada de su hogar para convertirse en una figura clave en la corte del Imperio Otomano, pero siempre conservando la dignidad y la astucia que la vida me enseñó a temprana edad.

Mi vida comenzó en una plantación de azúcar, donde mi familia, los Dubuc de Rivéry, vivía con ciertos lujos, aunque las tensiones crecían debido a las complejidades de nuestra época. Desde pequeña, recibí una educación esmerada, aprendiendo a leer, escribir y tocar el piano, algo poco común para una niña en Martinica.

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Cuando tenía 15 años, mis padres decidieron enviarme a Francia para continuar mi educación en un convento de monjas en Nantes. Zarpé llena de sueños y expectativas, pero el destino tenía otros planes. En algún punto del viaje, el barco fue atacado por corsarios argelinos. Nos llevaron a Argel, y fue entonces cuando mi vida dio un giro que jamás hubiera imaginado.

En Argel, fui vendida como esclava al bey local. Mis conocimientos, mi cultura y mi belleza me destacaron rápidamente. No pasó mucho tiempo antes de que fuera enviada a Estambul como un tributo al sultán Abdul Hamid I. Pasé de ser una joven aristócrata francesa a una odalisca en la corte otomana. Era un mundo completamente nuevo, lleno de intrigas y peligros, pero también de oportunidades.

La vida en el harén no era fácil. Aunque el harén se asocia a menudo con la opulencia y el ocio, en realidad era un entorno ferozmente competitivo. Las odaliscas luchaban por ganar la atención del sultán y asegurar su favor, pues eso podía significar poder y seguridad. Yo no era diferente, pero también comprendía que debía adaptarme rápidamente si quería sobrevivir y prosperar.

Aprendí el idioma turco, estudié las costumbres y me adapté a las vestimentas y rituales de la corte. Mi educación en Francia resultó ser una ventaja considerable, pues podía conversar con erudición y gracia. No pasó mucho tiempo antes de que llamara la atención del sultán.

El sultán Abdul Hamid I era un hombre de gran inteligencia y cultura. Encontró en mí no solo una compañera, sino una mente ágil y despierta con la que podía conversar sobre muchos temas. Pronto, mi influencia comenzó a crecer. Me convertí en una de sus favoritas, lo que me otorgó una posición privilegiada en el harén.

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Mi ascenso no fue bien recibido por todas. La envidia y la rivalidad eran moneda corriente. Sin embargo, me mantenía firme, consciente de que cualquier error podía significar mi caída. La clave estaba en la discreción y la prudencia. Nunca buscaba humillar a mis rivales, y siempre procuraba ganarme la confianza de quienes me rodeaban.

La vida en el palacio Topkapi estaba llena de desafíos, pero también de momentos de aprendizaje y autodescubrimiento. Mi posición me permitió conocer a figuras importantes y estar al tanto de los asuntos de estado. La política del imperio era compleja y fascinante, y comprendí que mi rol podía ir más allá de ser simplemente una concubina.

Mi vida dio otro giro significativo cuando el sultán Abdul Hamid I murió en 1789. Su sucesor, Selim III, tenía una visión reformista para el imperio. Selim era un hombre joven y ambicioso, ansioso por modernizar el estado otomano y fortalecer su posición frente a las potencias europeas. Fue entonces cuando mi destino y el de Francia se cruzaron nuevamente.

Mi primo, Napoleón Bonaparte, se había convertido en una figura prominente en Francia. Aunque nuestras vidas tomaron caminos radicalmente distintos, el lazo familiar persistía. Selim III vio en mí una oportunidad para fortalecer los lazos con Francia. Mi conocimiento de la cultura y el idioma francés me convirtió en una intermediaria invaluable.

Selim III y yo desarrollamos una relación basada en el respeto y la confianza mutuos. Me consultaba sobre asuntos relacionados con Europa y buscaba mi consejo en momentos cruciales. Esto me otorgó una influencia significativa, pero también me puso en una posición peligrosa. Las tensiones políticas dentro del imperio eran intensas, y no faltaban quienes veían mi cercanía al sultán como una amenaza.

A pesar de los riesgos, trabajé incansablemente para promover una alianza más fuerte entre el Imperio Otomano y Francia. Mis esfuerzos dieron frutos, y durante un tiempo, disfrutamos de una relación beneficiosa para ambos lados. Sin embargo, los conflictos internos y externos del imperio complicaron la situación.odalisca del sultan3

Mi vida en la corte otomana no estaba exenta de momentos de gran tensión. Las intrigas eran constantes, y siempre debía estar alerta. Hubo intentos de envenenamiento y complots para desacreditarme. Pero la vida en Martinica y mi educación en Francia me habían preparado para enfrentar adversidades. Sabía cómo navegar en aguas turbulentas y cómo utilizar mi inteligencia y recursos para mantenerme a salvo.

El tiempo pasó y, con los años, me convertí en una figura respetada en la corte. Ya no era solo la joven odalisca francesa, sino una consejera y diplomática experimentada. Sin embargo, la política es una amante voluble. Selim III enfrentó numerosos desafíos, tanto de los conservadores que se oponían a sus reformas como de las potencias extranjeras. En 1807, un golpe de estado lo destituyó, y mi posición también quedó en peligro.

En esos tiempos de incertidumbre, tuve que tomar decisiones difíciles. La seguridad de mis hijos y la mía propia eran mi prioridad. Afortunadamente, había cultivado alianzas estratégicas que me permitieron asegurar nuestro bienestar. Con el tiempo, me retiré de la vida pública, pero seguí siendo una observadora atenta de los cambios que se sucedían en el imperio y en Europa.

Hoy, mirando hacia atrás, veo una vida marcada por la adversidad y la resiliencia. Fui arrancada de mi hogar y arrojada a un mundo completamente diferente, pero en lugar de sucumbir, aprendí a adaptarme y a prosperar. Mi historia es un testimonio de la fuerza de voluntad y la capacidad de superar los desafíos más difíciles. No elegí el camino que me tocó, pero lo recorrí con dignidad y coraje, convirtiéndome en una figura clave en una de las cortes más fascinantes de la historia.

Está es mi historia, la de una odalisca que navegó las aguas turbulentas del poder y la política en el corazón del Imperio Otomano. Una vida que, aunque llena de incertidumbres y peligros, también estuvo colmada de oportunidades y aprendizajes. Mi legado persiste en la memoria de aquellos que recuerdan mi nombre y mis acciones, tanto en Francia como en el vasto imperio que alguna vez llamé hogar.

La palabra odalisca tiene una forma francesa y se origina en el turco odalık, que significa "camarera". Una odalisca originalmente era una asistente. En el uso occidental, el término ha llegado a referirse específicamente a la concubina del harén. En el siglo XVIII, el término odalisca se refería al género artístico erotizado en el que una mujer nominalmente oriental yace de lado en exhibición para el espectador ". Jules Joseph Lefebvre nació el 14 de marzo de 1836.

Su padre, un panadero, animó a su hijo a dedicarse a la pintura, enviándolo a estudiar a París en 1852. Allí, se convirtió en alumno de Léon Cogniet y un año después comenzó a asistir a la École des Beaux Arts. Su debut en el Salón de París fue en 1855. Lefebvre pasó los años siguientes persiguiendo el codiciado Prix de Rome, el principal concurso para pintores jóvenes, que le valdría cinco años de estudio en Roma y una reputación que casi garantizaría una Carerra exitosa.

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LA OBRA

Odalisque
Artista: Jules Lefebvre
Fecha 1874
Técnica óleo sobre tela
Dimensiones
Altura: 40,3 cm; Ancho: 79,0 cm
Colección: Instituto de Arte de Chicago
Chicago, Estados Unidos