Soy Edipo, hijo de Layo y Yocasta, rey y reina de Tebas. Mi vida, desde su inicio, estuvo marcada por el sello inquebrantable del destino. Una profecía sombría pendía sobre mi cabeza antes de mi nacimiento: estaba destinado a matar a mi padre y casarme con mi madre. En un desesperado intento por evitar lo inevitable, mis padres ordenaron que me abandonaran en el monte Citerón, con los tobillos atravesados y atados. Pero el destino es inexorable y siempre encuentra su camino.

El pastor encargado de abandonarme no tuvo el corazón para cumplir la orden completamente y me entregó a un pastor corintio. Este, a su vez, me llevó al rey Pólibo y la reina Mérope de Corinto, quienes me criaron como su propio hijo. Fui educado como un príncipe, ignorante de mi verdadero origen y de la terrible profecía que me rodeaba.

Crecí fuerte, valiente y con un espíritu indomable, pero una sombra siempre acechaba en mi interior.

En mi juventud, durante una festividad, un borracho insinuó que no era el hijo biológico de mis padres. Intrigado y perturbado, acudí al oráculo de Delfos en busca de respuestas. Allí, Apolo reveló una verdad aún más aterradora: estaba destinado a matar a mi padre y casarme con mi madre. Aterrado y decidido a evitar este destino, huí de Corinto, alejándome de aquellos a quienes creía mis verdaderos padres.

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En mi huida, llegué a una encrucijada donde me encontré con un carruaje. Una disputa estalló por el derecho de paso, y en la lucha que siguió, maté al hombre que viajaba en el carruaje y a sus acompañantes. Sin saberlo, había cumplido la primera parte de la profecía: el hombre que maté era mi verdadero padre, el rey Layo.

Continué mi viaje hasta llegar a Tebas, una ciudad acosada por la Esfinge, una criatura con cuerpo de león, alas de águila y rostro de mujer. La Esfinge devoraba a todo aquel que no pudiera resolver su enigma: "¿Cuál es el ser que tiene una sola voz, pero se convierte en cuadrúpedo, bípedo y trípedo?" Con mi mente aguda, respondí: "El hombre, que en su infancia gatea, en su madurez camina y en su vejez usa un bastón." La Esfinge, derrotada por mi respuesta, se lanzó al abismo, liberando a Tebas de su terror.

Como recompensa, los agradecidos tebanos me ofrecieron el trono y la mano de la reina viuda, Yocasta. Sin saber que ella era mi madre, me casé con ella y tuvimos cuatro hijos: Etéocles, Polinices, Antígona e Ismene. Mi reino prosperaba y el pueblo me veneraba como su salvador. Pero el destino, siempre presente, aguardaba su momento para desvelar la verdad.

Años después, una plaga devastó Tebas. Desesperado por salvar a mi pueblo, envié a mi cuñado Creonte al oráculo de Delfos para buscar respuestas. El oráculo declaró que la plaga cesaría solo cuando el asesino de Layo fuera castigado. Decidido a encontrar al culpable, llamé al ciego profeta Tiresias, quien, tras mucha insistencia, reveló una verdad que me horrorizó: yo era el asesino que buscaba.

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Incrédulo y furioso, busqué más pruebas. Interrogué al pastor que me había salvado y al mensajero que me había llevado a Corinto. La verdad emergió como un torrente implacable: yo era el hijo de Layo y Yocasta, abandonado y dado por muerto, rescatado y criado por otros. La profecía se había cumplido de la manera más cruel e irónica.

Yocasta, al comprender la verdad, se quitó la vida, colgándose en nuestro dormitorio. Desesperado y consumido por la culpa, me arranqué los ojos con los broches de su vestido, eligiendo la oscuridad eterna en lugar de enfrentar la realidad que había desvelado. Convertido en un ciego errante, abandoné Tebas, confiando el cuidado de mis hijas a Creonte y buscando expiación por mis pecados involuntarios.

Mi tragedia ha sido estudiada y analizada a lo largo de los siglos, y Sigmund Freud incluso nombró un complejo psicológico en mi honor. El "Complejo de Edipo" describe el conflicto emocional que experimentan los niños al desear inconscientemente a su madre y sentir hostilidad hacia su padre. En mi vida, este conflicto se manifestó de manera literal y devastadora, aunque sin mi conocimiento consciente.

Freud sugirió que todos los niños pasan por esta fase en su desarrollo, y aunque no todos terminan con un destino tan trágico como el mío, el complejo sigue siendo una parte fundamental del psicoanálisis y la comprensión de la psique humana. Mi historia, aunque extrema, ilustra los profundos y a menudo oscuros deseos y conflictos que yacen en el corazón de cada persona.

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Erré por tierras extrañas, un mendigo ciego, acompañado solo por mi hija Antígona, quien se convirtió en mi guía y mi consuelo. Buscamos asilo en diversas ciudades, pero mi presencia, marcada por la tragedia y la mala fortuna, a menudo era rechazada. Finalmente, llegamos a Colono, cerca de Atenas, donde encontré un lugar para mi descanso final.

En Colono, bajo la protección del rey Teseo, encontré algo de paz. Los dioses, en su infinita sabiduría y crueldad, me concedieron una muerte serena. Fui llevado al seno de la tierra, desapareciendo de manera misteriosa, como un reconocimiento de los sufrimientos que había soportado y de la redención que había buscado.

Mi historia es un testimonio de la ineludible naturaleza del destino y del poder de la verdad. A través de mi sufrimiento, aprendí que la búsqueda de la verdad, aunque dolorosa, es necesaria para la liberación del alma. Mi vida, marcada por la ironía y la tragedia, sirve como una advertencia sobre los límites de la voluntad humana frente a los decretos de los dioses y el destino.

Los poetas y escritores han inmortalizado mi historia en sus obras, y aunque he sido objeto de compasión y de estudio, espero que mi legado sirva para iluminar los misterios de la naturaleza humana y el poder del destino. Soy Edipo, el rey caído, el hijo y esposo trágico, y aunque mi vida fue una tormenta de dolor y revelación, mi historia vivirá para siempre, un faro de advertencia y reflexión en la vastedad de la existencia humana.

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Edipo y la esfinge es un cuadro del pintor Gustave Moreau, realizado en 1864, que se encuentra en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Con esta obra, Moreau recibió el reconocimiento de la crítica del salón de París.

LA OBRA

Edipo y la esfinge
Gustavo Moreau
1864
Óleo sobre lienzo
Dimensiones: 206,4 cm × 104,8 cm
Museo Metropolitano de Arte
Nueva York