En la obra La Virgen de los Lirios de William-Adolphe Bouguereau, se captura el comienzo de esta historia. María, joven y serena, sostiene al recién nacido Jesús en sus brazos. Sus ojos cerrados, su rostro lleno de dulzura y contemplación, parece reflejar un amor incondicional, pero también la conciencia de la gran responsabilidad que implica proteger a aquel que transformará la humanidad. Los lirios a su alrededor, símbolo de pureza y virtud, enfatizan la santidad de la escena. La delicadeza de los trazos y el uso de suaves tonalidades evocan una atmósfera celestial, como si María y Jesús estuvieran envueltos en la luz divina.
A lo largo de los años, María fue testigo de los momentos más trascendentales de la vida de su hijo. Lo vio crecer, predicar y realizar milagros, pero también soportó el dolor de su rechazo, persecución y eventual crucifixión. Su vínculo, sin embargo, permaneció inquebrantable. Cuando todos huyeron, ella estuvo al pie de la cruz, viendo con impotencia cómo se cumplía el destino que le había sido revelado.
La Piedad de Bouguereau captura este desgarrador momento de manera sublime. Aquí, María sostiene el cuerpo sin vida de Jesús, su rostro ensombrecido por el dolor más profundo. Los pliegues de su manto y la posición de su hijo muerto evocan una composición escultórica, inspirada en las grandes pietás renacentistas. Pero Bouguereau añade su toque personal, dotando a María de una humanidad que atraviesa los siglos. Su expresión no es solo la de una madre que llora a su hijo, sino también la de una mujer que comprende la magnitud del sacrificio que él ha hecho por el mundo.
Estas dos obras de Bouguereau, aunque separadas por el tiempo y el contexto, ilustran de manera conmovedora el vínculo eterno entre madre e hijo. Desde la inocencia de la infancia hasta la tragedia de la muerte, María sostiene a Jesús, no solo con sus brazos, sino con el peso de su amor y fe.
En La Virgen de los Lirios, vemos el comienzo, la esperanza, y la ternura de una madre con su bebé. En la Piedad, contemplamos el fin, pero también la promesa de la resurrección y la victoria sobre la muerte. Entre ambas imágenes, está la historia de María como símbolo universal de la maternidad y del sacrificio que las madres están dispuestas a hacer por sus hijos.
Estas pinturas nos invitan a reflexionar sobre el amor que trasciende el tiempo y el espacio, y sobre el papel de María como figura central en el relato cristiano. A través de la maestría artística de Bouguereau, somos testigos de la devoción y el dolor de una madre que, en cada etapa, sostiene a su hijo, en cuerpo y alma.
Una madre siempre sostiene a su hijo, en las buenas y en las malas.
LAS OBRAS
La virgen de los Lirios
William-Adolphe Bouguereau Izquierda:
(1899)
Piedad
William-Adolphe Bouguereau
(1876)