En los albores del cosmos, cuando el Caos aún se agitaba como un mar infinito sin orillas, Eros emergió como la llama primordial que encendió el mundo. No era un simple dios, no un mero hijo del Olimpo. No. Su existencia era anterior a los dioses mismos, nacido en la intersección del Vacío y la Necesidad, donde el destino aún no había escrito sus primeras líneas.

Su esencia era fuego y sus alas, viento. Allí donde su arco trazaba su vuelo, la vida misma despertaba; donde su flecha hería, nacía el deseo irreprimible. Sin él, ni el Olimpo ni la Tierra habrían conocido el temblor del amor ni la fiebre de la pasión. Incluso los inmortales eran esclavos de su poder.

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El Dios Indomable

Eros no conocía la piedad, ni tampoco el orden. Jugaba con el corazón de hombres y dioses con la misma facilidad con la que la tormenta juega con las olas. Zeus, el soberano del trueno, temía su influjo, pues sabía que ni su rayo ni su cólera podían domeñarlo. Afrodita, la madre que lo crió entre risas y suspiros, lo miraba con orgullo y recelo, pues su hijo dominaba un poder mayor al suyo.

Era él quien había lanzado su flecha dorada al pecho de Hades, empujándolo hacia el oscuro amor de Perséfone. Fue su capricho el que encendió la pasión entre Helena y Paris, condenando a Troya a su caída. Y fue su toque el que forjó la leyenda de Orfeo y Eurídice, urdiendo una historia de amor que ni la muerte pudo extinguir.

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Eros y Psique: El Amor que Desafió a los Dioses

Pero entre todas sus hazañas, una marcó su propia existencia. Fue el día en que su propia alma fue herida por la pasión: el día en que contempló a Psique.

Ella no era diosa ni ninfa, sino una mortal cuya belleza rivalizaba con la de Afrodita misma. Celosa de la adoración que los hombres le ofrecían, la diosa del amor ordenó a su hijo que hiciera que la doncella se enamorara del ser más vil y repugnante de la tierra. Pero Eros, al verla, titubeó.

Un dios no debía amar, y sin embargo, él lo hizo. En lugar de condenarla, la tomó como suya, llevándola a su palacio invisible, donde cada noche se unía a ella en la oscuridad, prohibiéndole ver su rostro. Pero la curiosidad es un veneno poderoso. Cuando Psique, instigada por sus hermanas, iluminó su lecho con una lámpara y vio la divina forma de Eros, el dios despertó. Enfurecido y herido por su desconfianza, la abandonó.

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El amor de Psique fue puesto a prueba con desafíos que solo los héroes podían superar. Descendió al reino de Hades, desafió a los dioses y finalmente, se elevó como inmortal, ganando el derecho de estar con su amado. Así, por primera vez en la historia del cosmos, Eros no fue el que hirió un corazón, sino el que fue herido.

El Eros Terrenal y el Eros Divino

Pero no todos los amores que sembró en el mundo fueron justos o nobles. En las sombras de su propia divinidad, nació su opuesto: el Eros terrenal, el deseo desenfrenado, el placer sin virtud, la lujuria ciega que arrastra a los hombres a la ruina. No eran pocos los que sucumbían a esta forma de amor, confundiéndolo con la verdadera llama de Eros.

Es en esta lucha entre lo bajo y lo elevado, entre el deseo carnal y el amor trascendental, donde el pintor Giovanni Baglione encontró inspiración para su obra: El Eros divino derrota al Eros terrenal.

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En la pintura, el Eros celestial, radiante y envuelto en una armadura dorada, desciende desde los cielos con una espada de luz, imponiendo su justicia sobre el Eros terrenal, un ángel caído que se retuerce en el suelo, su carne oscura y su rostro deformado por el deseo corrupto. Alrededor, figuras espectrales observan la escena, testigos de la eterna pugna entre el amor puro y el placer degradado.

La composición de Baglione no es solo una obra maestra del claroscuro, sino también una advertencia: no todo deseo es amor, ni todo amor es divino. Entre las sombras y la luz, entre la carne y el espíritu, la batalla de Eros sigue librándose en el corazón de cada ser humano.

Y así, el dios cuya esencia es fuego y viento continúa su danza eterna en el mundo, invisible pero omnipresente. Porque mientras haya un suspiro de amor en la tierra, Eros jamás morirá.

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