Era de noche en Jerusalén. El aire, cargado con el incienso de los sacrificios y las plegarias, se deslizaba entre las calles estrechas del Templo. A poca distancia, un grupo de hombres compartía el pan y el vino en una casa humilde. Entre ellos, dos figuras se miraban con intensidad: Jesús de Nazaret y Judas Iscariote.
Uno de ellos, cegado por la avaricia, aceptó treinta monedas de plata a cambio de entregar a su maestro a las autoridades.

En la última cena, Jesús lo señaló con palabras veladas: “En verdad os digo, uno de vosotros me entregará”.
Los demás discípulos se estremecieron. Pedro preguntó con temor quién sería, pero Jesús solo le respondió que aquel a quien le diera un pedazo de pan mojado en vino. Y fue a Judas a quien se lo entregó. En ese momento, según algunos, “Satanás entró en él”, y Judas salió apresurado a concretar su traición.

el beso de judas1

Horas después, en el huerto de Getsemaní, el aire se llenó de murmullos y pasos. Judas llegó con una turba de soldados y sacerdotes. Se acercó a Jesús y, con un beso en la mejilla, señaló al hombre que venían a arrestar. “¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?”, le dijo Jesús con tristeza. Los soldados lo tomaron y la tragedia se desató.

Arrepentido y consumido por la culpa, Judas trató de devolver el dinero, pero fue rechazado. Desesperado, terminó su vida colgándose de un árbol. Su nombre quedó marcado para siempre como sinónimo de traición.

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Probablemente ya conocías la historia oficial de Judas. Pero hay otro relato. Uno que lo muestra como el discípulo más cercano a Jesús. Según el Evangelio de Judas, un texto gnóstico descubierto en Egipto en 1978, Judas no traicionó a su maestro por dinero, sino porque Jesús se lo pidió.

Jesús le confió un secreto: su reino no es de este mundo y su destino es morir para liberar su espíritu de la carne. Para lograrlo, necesita que alguien lo entregue, y Judas, el más iluminado de sus seguidores, es el único que puede hacerlo. “Tú sacrificarás al hombre que me recubre”, le dice Jesús, revelándole un destino glorioso más allá de la traición.

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En esta versión, Judas actúa por obediencia y amor. Sabe que su nombre será maldito, que la historia lo recordará como un villano, pero acepta su papel en el plan divino. En lugar de un traidor, lo vemos como el más fiel de los discípulos, el único que realmente comprendió el mensaje de su maestro.

Así, la historia de Jesús y Judas se bifurca en dos caminos. Uno nos habla de la traición, la codicia y el castigo. El otro, de la lealtad, el sacrificio y el destino. ¿Cuál es la verdad? ¿Fue Judas un traidor o el elegido para llevar a cabo la voluntad de su maestro?

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En El beso de Judas,  Caravaggio, en un juego de luces y sombras, en los rostros que se encuentran en la penumbra, nos deja la misma pregunta que ha generado curiosidad durante siglos: ¿fue un acto de traición o de amor?

En el claroscuro característico de Caravaggio destaca la figura de Judas y Jesús en el centro de la escena. Judas, con un manto amarillo, se acerca a su maestro, su rostro oscuro y resuelto, mientras que el de Jesús irradia una mezcla de resignación y paz. A su lado, un soldado con una armadura brillante extiende su mano para apresarlo, su rostro torcido por la tensión del momento.

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En el fondo, la luz juega con los contornos de las figuras, dejando en penumbra a algunos de los personajes, como si la verdad misma se ocultara en las sombras. A la izquierda, un discípulo con los ojos desorbitados –posiblemente Pedro– parece reaccionar con violencia. Su expresión captura el instante previo al caos, al corte de la oreja de Malco, el sirviente del sumo sacerdote.

La composición es cerrada y opresiva, los cuerpos se entrelazan en un espacio reducido, transmitiendo la inevitabilidad del momento. La escena está cargada de tensión, donde cada mirada, cada gesto, sugiere más de lo que muestra. El beso, en lugar de ser un acto de cariño, se convierte en el sello de un destino sellado, en el punto de inflexión entre la vida y la muerte, entre la devoción y la traición. En esta obra, como en la historia misma, la verdad sigue siendo un misterio.

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LA OBRA

La captura de Cristo, El prendimiento de Cristo o El beso de Judas 
Michelangelo Merisi da Caravaggio.
Año 1602
Tamaño1 33,5 cm × 169,5 cm
Galería Nacional de Irlanda, Dublín,  Irlanda