En las polvorientas y laberínticas calles de ciudades antiguas como Damasco, Estambul o Marrakech, se escondían mundos secretos, lugares de belleza y misterio que pocas veces eran vistos por ojos extranjeros: los harenes. Estas zonas resguardadas eran el corazón privado de los grandes palacios y casas nobles del mundo islámico, una esfera donde el tiempo y las emociones fluyen de forma distinta a la vida bulliciosa del exterior. El harem, palabra derivada del árabe *haram*, que significa "prohibido" o "sagrado", era un recinto reservado principalmente a las mujeres, donde los hombres ajenos a la familia directa tenían prohibida la entrada. Este término cargaba un peso simbólico de protección, resguardo y, en ocasiones, fascinación.
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