Mi vida comenzó en una plantación de azúcar, donde mi familia, los Dubuc de Rivéry, vivía con ciertos lujos, aunque las tensiones crecían debido a las complejidades de nuestra época. Desde pequeña, recibí una educación esmerada, aprendiendo a leer, escribir y tocar el piano, algo poco común para una niña en Martinica.
En los confines del firmamento, donde la luz y la oscuridad se entrelazan en un ballet eterno, surgieron dos astros de insólita belleza y poder. Estos eran Hesperus y Phosphorus, los hermanos gemelos del amanecer y del crepúsculo, nacidos del vientre de Eos, la diosa del alba, y Astreo, el titán de las estrellas. Desde su nacimiento, el destino de estos dos seres estaba marcado por la dualidad y la tensión entre la luz y la sombra.
La mitología griega cuenta que Eos, con sus dedos de rosa, atravesaba el cielo cada mañana, trayendo la luz del día al mundo. Sin embargo, su vida no estaba completa. A pesar de su papel vital, Eos anhelaba la compañía de hijos que pudieran compartir su divino deber.
En la vasta y antigua cosmogonía griega, los mitos sobre los dioses del tiempo están envueltos en un velo de misterio y confusión. Estos relatos, transmitidos a través de generaciones, han dejado una huella indeleble en la percepción humana del tiempo y su naturaleza. Entre estos mitos, el más conocido es el de Chronos, una deidad que personifica el tiempo mismo.
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