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Mis primeros recuerdos están llenos de la majestuosa villa de mi padre, un hombre poderoso y temido en la ciudad. Era el Papa Alejandro VI, un hombre cuya ambición no conocía límites. Desde joven, supe que mi vida no sería como la de otras niñas. Mi destino estaba ligado a la estrategia y a la consolidación del poder de mi familia, los Borgia.
En una cala secreta, donde el mar besa suavemente las rocas y las grutas susurran los secretos del abismo, una sirena de cabellos como llamas reposa en la orilla. Su mirada está perdida en un peine de nácar, reflejo de su soledad eterna. Cuenta la leyenda que quien escuche su canto quedará hechizado por siempre, condenado a buscar la belleza inalcanzable del océano en todo lo que ve. Pero hoy, ella canta para sí misma, añorando un amor que nunca ha conocido y quizás nunca conocerá.
La sirena de Waterhouse, con su cola de pez y su piel pálida como la espuma, es una criatura de dualidad. En su voz, hay la promesa de la eternidad y la melancolía de la soledad. Los marineros que han oído su canto cuentan historias de naufragios y sueños rotos.
Soy Edipo, hijo de Layo y Yocasta, rey y reina de Tebas. Mi vida, desde su inicio, estuvo marcada por el sello inquebrantable del destino. Una profecía sombría pendía sobre mi cabeza antes de mi nacimiento: estaba destinado a matar a mi padre y casarme con mi madre. En un desesperado intento por evitar lo inevitable, mis padres ordenaron que me abandonaran en el monte Citerón, con los tobillos atravesados y atados. Pero el destino es inexorable y siempre encuentra su camino.
El pastor encargado de abandonarme no tuvo el corazón para cumplir la orden completamente y me entregó a un pastor corintio. Este, a su vez, me llevó al rey Pólibo y la reina Mérope de Corinto, quienes me criaron como su propio hijo. Fui educado como un príncipe, ignorante de mi verdadero origen y de la terrible profecía que me rodeaba.
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